Fue uno más, de los muchos sin hogar, la mayor parte de su vida no conoció el amor de una familia ni tuvo un plato de comida esperándolo. Vagó y recorrió Atenas –su ciudad natal–, buscando lugares seguros para pasar la noche y guarecerse. Escarbó en la basura en busca de alimento –algunos días con más suerte que otros–, y siempre junto a niños, ancianos olvidados y mujeres violentadas. Los sucios charcos callejeros fueron su abrevadero. Vivía como millones de personas que nos muestran cómo el “sistema” falla, y que ni siquiera el artificial “estado de bienestar” es sostenible. Y es que la economía no es infalible porque no es una ciencia exacta sino algo contaminado por las decisiones –erradas– de las altas esferas del poder.
No pasó inadvertido por la vida, se alió a los “indignados” que buscan revertir el actual estado de las cosas. No está claro si seguía a la multitud o si él la lideraba, porque en las fotografías aparece en primera fila, valiente frente a las fuerzas represivas. Así Loukanikos, un perro de la calle, fue el ícono mundial de las protestas griegas en los momentos más tumultuosos de la crisis de la Eurozona y de las protestas contra las recetas fondomonetaristas.
Era un perro de buena alzada, manso y mirada inteligente, le eligieron un nombre cuya traducción es “salchicha”. Su gran debut mediático llegó en el 2010 y su fama crecía mientras era fotografiado gruñéndole a la “repre” o alejando con su hocico una bomba lacrimógena lanzada contra los manifestantes. Loukanikos alcanzó tal fama que, en el 2011, fue una de las “personas del año”, según la revista “Time”. Aprendió a evadir los golpes (aunque no se salvó de recibir patadas y palazos), a saltar las fogatas de barricadas y andar entre humos lacrimógenos.
Hace dos años se alejó de la “política”, mientras declinaban las manifestaciones y empezó a superarse la eurocrisis. Una familia lo adoptó y fue cuidado y querido como nunca.
Este símbolo de la resistencia griega murió –como los buenos– de un paro cardíaco mientras dormía. Su vida resulta más ejemplar y coherente que la de muchos seres humanos, tibios y timoratos al tiempo de defender lo justo, o al más débil.
En “El coloquio de los perros,” la última de las novelas ejemplares de don Miguel de Cervantes, Cipión y Berganza “conversan” sobre sus vidas. Son dos perros que se cuentan todo. En un momento Berganza recuerda su trabajo como perro pastor que “encierra una virtud grande, como es amparar y defender de los poderosos y soberbios a los humildes y a los que poco pueden”. Pero Berganza, al referirse a los pastores humanos, dice que querían que ella encontrase al lobo que mata a las ovejas, cuando en realidad son ellos quienes las matan.
Dijo Lord Byron: “Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”. Y es que la lealtad, ausencia de ego, de rencores, de cálculo político y afán de figuración hacen del perro una criatura bastante más confiable que mucha de la gente que pulula por allí. ¿O no?