Alexander Huerta-Mercado

“Ustedes en la ciudad compiten, por eso quieren llegar antes… nosotros caminamos despacio, paramos, cantamos, tomamos, y así subimos”.

Estas palabras vienen del patriarca de una familia de comuneros de Ayacucho. Estábamos subiendo a una chacra que se encontraba en lo alto de un cerro. El corazón se me salía por la boca y jadeaba como un perrito sediento. Era cierto. Creo que yo quería llegar primero y me quedaba sin aliento en la altura, mientras que la familia avanzaba a paso lento, pero continuo, en un camino ascendente y empinado que trazaba una ruta en zigzag. Llevaban instrumentos de labranza, una guitarra y abundante chicha de jora. Cada cierto tiempo, se sentaban, cantaban y brindaban. Era época de carnaval e iban a hacer un pago en agradecimiento a un cerro. Yo cargaba una cámara para poder registrar el evento, pero ya era todo un personaje, un foráneo inútil que caminaba mientras aprendía que despacio se llega lejos y que en los caminos siempre hay espacio para disfrutar la compañía.

Pensé que bajar sería sencillo, por lo que decidí encabezar la fila familiar por el estrecho camino del cerro. Como era época de carnaval, comenzó a llover y el camino se convirtió en un río de barro. Entonces, la matriarca de la familia me dijo: “gringuito, párate derecho, pisa fuerte, así no te vas a caer y dejas huella y ya nos dejas el camino hecho”. Obedecí porque ya era una costumbre mía la de rodar como un pionono por las laderas debido a mi falta de equilibrio y a mi torpeza en la altura.

Mientras pensaba en una metáfora para entender al Perú, evoqué aquella aventura en la que todos subimos por un camino difícil mientras nos enfrentamos al miedo de caer, pero también a la posibilidad de abrir diferentes caminos. Es decir, por un lado, un camino que hacemos al andar, en clara evocación del hermoso poema de Antonio Machado, y por el otro, un camino que nos hace, en el que aprendemos, nos adaptamos y compartimos. Pero falta mucho para llegar y, muchas veces, estamos más ávidos por competir que por escuchar, compartir y aprender.

Aquella mañana del camino ascendente pude ver cómo los canales de irrigación y las lagunas artificiales habían sido formas efectivas para racionar y aprovechar el agua en un ambiente realmente difícil. Lo que me lleva a la siguiente reflexión. Algo que nos ha unido como peruanos ha sido la incertidumbre de no saber qué nos depara el futuro. El antropólogo John Earls llegó a la conclusión de que la tecnología de irrigación y cultivo de las poblaciones prehispánicas –que hasta el día de hoy se utilizan– fueron el fruto de un sistemático manejo de la incertidumbre con una capacidad de experimentar y de articular distintos conocimientos que hicieron posible el desarrollo de un complejo sistema social.

La incertidumbre sigue acompañándonos en nuestras vidas frente a las permanentes crisis, tanto económicas como políticas, morales y de salud pública. Las respuestas varían, pero la voluntad de vivir intensamente el presente es algo que nos une.

A su vez, somos una democracia joven insertada en un temprano militarismo republicano y una versión bastante conservadora de la religión católica que nos ha imbuido de culpa y de una necesidad de autoridades fuertes. Nuestra verdadera independencia comenzará cuando logremos librarnos de estos dos aspectos fundantes y es imperativo que, para lograr ello, nuestra educación no esté en manos de intereses políticos o económicos que la conviertan en un botín.

Sin embargo, en la pandemia del se evidenció nuestro mayor desafío: somos una nación fragmentada por nuestra historia y por nuestra socialización articulada en un ambiente de constante “miedo al otro”, de polaridades y de poblaciones invisibles o vistas desde un ángulo romántico o paternal. A esto se añade la inequidad económica y las diferencias abismales que significarán las distancias entre los que tienen acceso a Internet y los que no.

Pero estamos cambiando, y para bien. Una definición hermosa de las muchas que hay sobre la cultura es la que la presenta como un tejido de símbolos; un manto interconectado por significados compartidos. Con el tiempo, he visto cómo mis alumnas y alumnos están cambiando los símbolos que definieron por mucho tiempo al Perú y que se caracterizaron por su impronta militar, como las marchas marciales o el uso obligatorio de la escarapela en el colegio, por la alegría que les da el fútbol y que los lleva a cantarle al Perú de manera más íntima y menos marcial (“cómo no te voy a querer”) o entonar un canto en el que afirman “dar gracias al cielo, por darme la vida, contigo Perú”. Estamos recuperando para nosotros la representación de nuestra patria.

Es tiempo de hacer una pausa y sentarnos a celebrar, como aprendí en aquella montaña. Debemos dejar la competencia para comenzar a caminar juntos en un trayecto que no es en línea recta, sino que consta de avances y retrocesos, pero que nos conduce hacia arriba. ¡Feliz cumpleaños, Perú!

Alexander Huerta-Mercado es antropólogo, PUCP

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