El Guasón es quizás el villano mejor logrado de los personajes de ficción. Estrafalario y aparatoso, creaba divertimentos circenses que no eran más que distractivos para garantizar la impunidad de sus delitos. Le daba apariencia cómica a lo que eran verdaderas tragedias.
Hace casi dos años (en agosto del 2012) publiqué en esta misma columna un artículo dedicado a Gregorio Santos, Presidente del Gobierno Regional de Cajamarca, titulado “El Guasón”. Las similitudes eran evidentes. Pero nunca imagine que llegarían a tanto.
Santos, como el villano de Batman, fue capturado y colocado en prisión hace solo unos pocos días. Acusado de corrupción, es procesado por haber robado a Cajamarca por medio de concesión de privilegios a sus amigos para obtener contratos con el Gobierno Regional. Así, se suma a una serie de villanos regionales afrontando juicios acusados de diversas formas de corrupción.
Si es declarado culpable o no dependerá de las pruebas y de la actuación de las autoridades. Pero dinero no es lo único, y ni siquiera lo principal, que pudo haber robado.
Conga terminó siendo uno de esos distractivos guasonescos creados como un divertimento funesto y destructivo de la posibilidad de alcanzar bienestar. A Santos no le ha importado profundizar la pobreza, destruir la generación de empleo y reducir el ingreso. Lo que lo hace más vil es que, como los planes del Guasón, el divertimento causa más daño que el delito mismo. Lo que eventualmente Santos hubiera podido robar es casi nada si se compara con el daño que nos ha causado a los peruanos destruyendo la confianza necesaria para invertir en el país y con ello el desarrollo.
¿Por qué en el Perú se generan personajes tan grotescos y dañinos? La explicación podría encontrarse en una combinación nefasta: populismo y corrupción. La “popurrupción” llena hoy titulares. Y los “popurruptos” florecen en un país sin institucionalidad, es decir sin reglas de juego claras y percibidas como justas, transparentes e iguales para todos.
Para un “popurrupto”, el poder sirve para distraer y generar espacio para el provecho propio. Para maximizar su poder y su dinero los “popurruptos” aprovechan la insatisfacción que crea un Estado inútil e ineficaz para generar confianza. Aprovechan así el apetito insatisfecho por reglas justas y usan la promesa fácil, usualmente falsa, y los recursos públicos para comprar la conciencia de los ciudadanos. Sea creando amenazadores fantasmas para generar miedos sin fundamento o regalando obras o subsidios con dinero ajeno que proviene de los impuestos, se aprovechan del vacío creado por el propio Estado que representan. En el discurso están con el pueblo, pero en la realidad están contra él pues lo usan como un medio para lograr otros fines.
Así como el Guasón lanza dinero en su huida para conseguir que, al abalanzarse las personas a cogerlo, impidan que Batman lo atrape, los “popurruptos” lanzan promesas para hacer menos evidente la corrupción en la que nadan.
La “popurrupción” se combate con instituciones, es decir con reglas de juego o limites que reducen el marco para la arbitrariedad. La institucionalidad comienza con eliminar un sistema político y electoral creado para que tengamos caciques regionales (y nacionales) antes que verdaderos partidos. Sin partidos la democracia se convierte en oportunismo de caudillo.
Además de esto, la institucionalidad sigue con la creación de reglas que no regalan los fondos creados por nuestros impuestos como si fueran cheques en blanco.
Finalmente, la institucionalidad requiere de una clara definición (y puesta en práctica) de los derechos fundamentales de las personas y las empresas. La seguridad personal, la propiedad, la palabra empeñada y la capacidad de cada uno para definir su destino, deben ser establecidas y defendidas. No se puede reemplazar por abstractos e inasibles derechos colectivos y sociales que no son sino formas de abonar el populismo.