El premio Nobel a Louise Glück es un reconocimiento a una de las mayores hazañas a las que puede llegar una obra literaria. Escribir con claridad y a la vez sugerir los misterios y ambigüedades de la vida común. Esta característica esencial de su obra ha hecho de Glück una de las poetas más reconocidas y populares de Estados Unidos. Su discreción y moderación han sido motivos para acrecentar su fama.
Todo en su obra parece ser escrito con la sinceridad de una confesión natural de matices esenciales. “Una noche de ese verano mi madre decidió que era hora de decirme a qué se refería cuando hablaba del ‘placer’”, inicia uno de sus poemas. El tema de los padres fue ganando importancia en sus libros (“Ararat”, “El iris salvaje” y quizá el más famoso, “Noche fiel y virtuosa”), en base a una visión de la familia como una asamblea de solitarios. En sus poemas, los padres son seres tan cercanos como distantes, extraños en la intimidad (se dice que Glück casi se alegró de la muerte de su padre). En el poema “Semejanza final” se cuenta la historia de una despedida en los términos más duros. “La última vez que vi a mi padre ambos hicimos lo mismo. / Él estaba parado en la puerta de su habitación, esperando que yo acabase de hablar por teléfono. / Que él no estuviera pendiente a su reloj era una señal de que quería conversar”. El final de ese texto es una obra de arte de mesura: “Como él, saludé para esconder el temblor de la mano”.
Glück tiene algo de Emily Dickinson en su tratamiento de experiencias íntimas. Su concisión es explosiva. El poema “El Amante de las flores”, en “Ararat”, empieza con una declaración: “En nuestra familia todos aman las flores. / Por eso las tumbas nos parecen tan extrañas: / sin flores, solo herméticas fincas de hierba / con placas de granito en el centro”. Las relaciones con la muerte en la obra de la poeta (que tiene 77 años) están marcadas por su experiencia juvenil con la anorexia nerviosa. Es el recuento que hace en “Dedicación al hambre”: “Empieza en forma callada en algunas niñas / el miedo a la muerte tomando como forma / la dedicación al hambre / porque el cuerpo de una mujer / es una tumba. Lo acepta todo”. Algunos de sus poemas también imaginan experiencias de personajes históricos, como “la Reina de Cartago”, referida a Dido: “Amar es brutal / más brutal es morir / y brutal más allá de los límites de la justicia / morir de amor”.
El premio Nobel, que ha dado galardones a quienes no debía (José Echegaray, Claude Simon y, por cierto, Bob Dylan) y que se lo ha negado a quienes lo merecían (Borges, por sobre todos), sigue siendo la primera fuente de reconocimiento literario. En sus concesiones justas hay algunas a autores consagrados (como Mario Vargas Llosa y Orhan Pamuk) y a autores de fama local que, sin embargo, merecían un reconocimiento mundial. Este es el caso de Glück.
Los premios son asunto de la voluntad de personas, pero también del azar (todo el que puede influir en un grupo de personas reunidas cualquier día en una mesa de Estocolmo). En este caso, ambos factores se han conjugado en un fallo merecido. Uno puede volver siempre a la poesía de Glück. Alguna vez ella se hizo una pregunta común en todos: “¿Por qué amar lo que vas a perder?”. La respuesta es clara. “Porque no hay nada más que amar”.