“Hoy los mecanismos que tiene el Estado son muy burocráticos y las obras demorarían demasiado si no se empleara esa modalidad”, afirmó con tono enérgico y gesto adusto el jefe del Estado Peruano, Ollanta Humala Tasso, el último lunes.
El presidente estaba molesto, tenía que declarar a la prensa para defender las contrataciones, a través de los organismos internacionales, que desde el 2011 viene realizando su gobierno, y en las que ha invertido tres mil millones de soles sin fiscalizar.
De hecho, cuando emitía estas declaraciones, Humala ponía la primera piedra de lo que será el centro de convenciones de Lima, un edificio que se construirá bajo la supervisión de la OIM, la Organización Internacional para las Migraciones, a la que el Estado Peruano, en manos de Humala, le ha pagado hasta el momento 85 millones de soles solo en comisiones.
Para el jefe del Estado Peruano, los organismos internacionales son la solución a las trabas que le pone el Estado –que él preside y que, se supone, administra– a las obras que a él le interesan ejecutar. “Es un sistema que funciona hace décadas y que ha sido usado por diferentes gobiernos”, arguye sin que se le mueva un solo músculo de la cara.
Frente al televisor, los ciudadanos de a pie, los emprendedores, los pequeños empresarios formales e informales, los comerciantes, los grandes inversionistas, todos los que no son jefes del Estado, todos los que cada día tienen que enfrentar a la Sunat, a la Sunarp, a la SBS, a la municipalidad del distrito donde trabajan o donde viven, al Ministerio del Ambiente, la OCSE, al Ministerio de Trabajo, a cualquier organismo del Estado que registra un terreno, que entrega una licencia, que otorga un permiso o que emite una autorización no podían creer lo que acababan de escuchar.
El responsable del buen funcionamiento y la buena administración del Estado admitiendo públicamente que el Estado no funciona, que es el primer enemigo del desarrollo. Pero, en lugar de anunciar medidas para reformarlo, reducirlo y adelgazarlo, anuncia que él ha encontrado una forma para evadirlo y burlarlo.
Resulta que el Estado puede ser panzón, lento y engorroso para los privados, no importa el tamaño que tengan; pero para las entidades públicas y para el gobierno están los organismos internacionales.
La inversión privada está en rojo en este momento en el país; hay grandes proyectos completamente atorados, la mayoría por trabas burocráticas y por corrupción; pero el gobierno, en lugar de cambiar las malas reglas, de agilizar los trámites, de simplificar los procedimientos, de adelgazar al Estado, recurre a entidades que no están obligadas a rendir cuentas ni al Poder Judicial, ni a la Contraloría General de la República. Y cuyos funcionarios no pagan impuestos en el Perú.
Mientras el país padece de sobrerregulación y se pasma frente a la inacción de quienes lo dirigen, los astutos de Palacio encuentran el atajo para saltarse la burocracia y apurar la foto del presidente en cualquier inauguración. ¿Dónde quedó la inclusión?