Uno puede pensar lo que hubiera sido de la historia del Perú si las ideas monárquicas hubieran prosperado. Como se sabe, el general José de San Martín imaginó una monarquía independiente para nuestro país. Bernardo de Monteagudo, el abogado y militar tucumano que era su mano derecha, pensaba que, sin una monarquía, el país iba a carecer de instituciones sólidas.
Ministro de Guerra y de Relaciones Exteriores, Monteagudo afirmaba que solo una monarquía podía evitar el caos. Pensando en eso, creó la Sociedad Patriótica de Lima y la Orden del Sol, una distinción para una nueva nobleza peruana. Las ideas monárquicas de San Martín y de Monteagudo llevaron al envío de un embajador a Europa para consultar a algunos nobles si aceptarían asumir el cargo de rey del Perú. Entre ellos estaría el rey Leopoldo de Bélgica.
El sueño monárquico se acabó pronto, pues el primer Congreso Constituyente proclamó la República. Lo cierto es que la monarquía no hubiera funcionado entre nosotros, como no funcionó en México y Brasil, donde gobernaron sus emperadores.
Sin embargo, es curioso pensar que ya los libertadores se dieron cuenta de que la anarquía, el caos y la fragmentación eran las graves amenazas de la nueva nación. Monteagudo, que después inspiró a Bolívar, murió asesinado en Lima a los 35 años.
Uno hubiera pensado que hoy la monarquía sería una institución caduca en un planeta regido por la moda de pantalones rotos, la tecnología del ‘chatbot’ y el rock metal, entre otras manifestaciones plebeyas. Sin embargo, hace pocos días muchos se rindieron a las transmisiones de la coronación de Carlos III, quien no es un personaje muy carismático después de todo. No importaba. Allí estaba una larga tradición de reyes y reinas famosos.
Hoy la monarquía pasa desapercibida en países como Dinamarca u Holanda (dicho sea de paso, se dice que la actual reina consorte de Holanda, Maxima Zorreguieta, es descendiente de la ñusta Catalina Páucar, de la familia del inca Tupac Yupanqui). Sin embargo, en España (donde los reyes mantienen su popularidad) y en Inglaterra, los monarcas son figuras icónicas. La función moderna del reinado es la de representar el alma de un país, una instancia que va más allá de los partidarismos políticos.
Por supuesto que la difusión del chisme (un género literario oral) contribuye a cierta fama. Sabemos, por ejemplo, que la historia de amor entre el rey Carlos y la reina Camila es previa al matrimonio impuesto con la princesa Diana. Sabemos también que la bisabuela de Camila, Alice Keppel, fue la amante del tatarabuelo de Carlos, el rey “Bertie”, hijo de la reina Victoria. Alice conoció al rey a los 29 años (él tenía 56) y, según se ha escrito, convirtió el adulterio en un arte.
Tanto la reina Alejandra como George, el marido de Alice, vieron con buenos ojos la relación (la reina la prefería a su anterior amante). Por su parte, George se cuidaba de salir de casa cuando sabía que el rey la visitaría. Mientras tanto, ella fue una asesora política de primer orden para el rey y una persona fina y encantadora en las reuniones sociales. Al morir Bertie, Alice y su marido se fueron a vivir a un ‘palazzo’ italiano, donde recibieron a la nobleza europea. Su matrimonio duró 56 años. Morirían con dos meses de diferencia y hoy están enterrados juntos en Florencia. Toda la relación entre Alice y el rey Bertie había ocurrido en la mayor discreción. En 1936, cuando el rey Eduardo VIII abdicó del trono para casarse con Wallis Simpson, ella comentó: “En mis tiempos, las cosas se hacían mejor”.