Los cultos femeninos más importantes de América son el de la Virgen de Guadalupe, en México, y el de Santa Rosa de Lima en el Perú. Su origen y significado histórico, sin embargo, fueron diferentes.
Guadalupe apareció en 1531 en el monte Tepeyac ante Cuauhtlatoatzin, un indio chichimeca bautizado tardíamente como Juan Diego. El monte Tepeyac era un antiguo sitio de adoración donde los aztecas levantaron el templo de la diosa madre Tonantzin, al que llegaban con ofrendas y sacrificios, los indios de todo México. Ese templo fue destruido por los españoles. Luego se produjo la aparición y los indios continuaron yendo para adorar a la Virgen. Muchos la seguían llamando Tonantzin y por eso los españoles prohibieron, inicialmente, el culto.
Fray Bernardino de Sahagún, escribe que los indígenas en vez de ir a las iglesias más cercanas, iban “a estas tierras de Tonantzin como antiguamente”. En respuesta, los criollos y españoles de México adoptaron el culto a Santa Rosa de Lima, en el siglo XVII, oficialmente reconocida por la iglesia católica. Juan Diego, tal vez por su origen indio no fue canonizado hasta el 2002.
Rosa Flores de Oliva, en cambio, era una criolla cuya blancura fue siempre destacada en textos e imágenes. Fue hija de un oficial español con una criolla limeña y correctamente bautizada al mes de nacida. Se ocultó que una sirviente india percibió su santidad en la cuna y que Rosa fue guiada por su confesor dominico.
Tras su muerte en 1617, su culto fue aceptado rápidamente por las autoridades españolas: venía bien una santa criolla que consolidara el objetivo evangelizador de la conquista.
En 1669, al año siguiente de aprobarse el expediente de beatificación, la reina la declaró Patrona del Perú y tras su canonización en 1671, apenas medio siglo después, Rosa fue la santa oficial. Los españoles hallaron conveniente una santa del Nuevo Mundo y para los nacidos en el Perú, Santa Rosa fue el puntal del orgullo criollo y blanco.
Los indios intentaron adoptarla. Ramón Mujica (1995), explica que en el siglo XVII el cacique de Jauja pidió la creación de una orden nobiliaria para los descendientes de los incas con Santa Rosa como patrona, pero no tuvo éxito. También, desde el siglo XVII, circuló entre ellos la falsa profecía según la cual los incas volverían a gobernar después de doscientos años. Este mito fue utilizado por los mestizos del Cercado de Lima en su fallida conspiración de 1750, pero nunca fue sólida parte del imaginario indígena.
Rosa no fue el estandarte del independentismo popular, como sí Guadalupe entre la masa indígena mexicana. Y muy por el contrario, según Fernán Altuve (1993), el virrey Abascal usó a Santa Rosa para unir a los criollos y españoles de Lima contra los insurgentes, colocando en su santuario las banderas del ejército perdedor e invocando a la santa en las misas, agradeciendo las victorias.
En ese tiempo, el Señor de los Milagros –continuador de Pachacámac– no tenía el actual arraigo popular. De haberlo tenido, quizá las masas indígenas bajo su estandarte hubieran alcanzado la libertad para ellas y para el Perú.