Mario Saldaña

El de no fue un socialista. En el mejor de los casos, aplicó un populismo ramplón y, por ende, ineficaz. Que su candidatura se haya revestido de símbolos, mensajes y la presencia por cuota de las huestes de Vladimir Cerrón solo pintó de rojo un casillero inocuo.

A lo mucho, en el imaginario político, esa autoproclamación izquierdista solo alimentó al lado opuesto del espectro y, como lo que vimos el 7 de diciembre fue una total “parada de burros”, terminó por arrastrar a la izquierda local hacia un golpismo clásico. Esta se compró todos los boletos y, como era de esperarse, se sacó la Tinka.

Convengo con los que consideran que lo del autogolpe fue la última huida hacia adelante de Castillo. La salida delictiva y autoritaria fue el equivalente de romper el vidrio de emergencia para intentar librar los siete casos de persecución fiscal.

A ello se debe que dicha proclama fuera improvisada, torpe y mal calculada. No fue una vía para concentrar el poder, aunque sea de forma temporal, sino unas bombardas para distraer mientras fugaba hacia la protección mexicana.

Pero mientras Castillo no dio la talla –para variar– en las líneas del libreto que le tocaban, lo contrario ocurría con los actores de reparto. Me refiero a las bases sociales, políticas y económicas que le dieron sustento: cocaleros, narcos, mineros ilegales y otros. Estos grupos sí lograron movilizar violentamente a algunos miles en las zonas en las que se desarrollan con comodidad y con objetivos estratégicamente definidos para detener al país y generar caos.

No es difícil advertir que los que reaccionaron con más virulencia fueron los que más perdían con la salida del profesor. Este era la vívida expresión del mejor aliado posible que los capos de varias economías ilegales soñaron alguna vez tener en Palacio de Gobierno. La sociedad con ‘los niños’, los topos y otros en el Congreso, por ende, iba más allá de un blindaje de votos para evitar la vacancia; era la formalización de diversos emprendimientos conjuntos de mutuo beneficio.

El pacto corrupto se construyó en la segunda vuelta, se organizó en Sarratea y se desplegó en varios ministerios, en Petro-Perú y en Palacio. Sin embargo, aquí tampoco Castillo y compañía tuvieron éxito. Su ineptitud y voracidad fueron sus principales enemigos. La mediocridad y la indolencia con la que se designaban funcionarios públicos evidenciaron que el intentar (al menos) un buen gobierno a través de políticas públicas razonables jamás estuvo entre sus intereses.

Por eso es que si alguna prioridad deben de tener las reformas futuras esa debe ser la de fijar la mayor cantidad de filtros y candados para evitar que las mafias y la criminalidad se terminen por instalar en el aparato del Estado.

¡Feliz Año!

Mario Saldaña C. es periodista

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