Una buena manera de conocer el sentir de los peruanos, del carácter de sus próceres, del saber de las costumbres, condiciones y del difícil y largo proceso de nuestra independencia con sus pormenores y anécdotas es a través de los testimonios que tres ingleses dejan en sus escritos.
Basil Hall, marino, comandante de la escuadra oficial británica en aguas del Pacífico; Robert Proctor, financista, enviado por Gran Bretaña para evaluar posibilidades de negocio en el recién fundado Perú; y Hugh Salvin, párroco protestante observador de la naturaleza humana, vivieron tres momentos cruciales: la proclamación de la independencia, la etapa de cambio entre la salida de San Martín y la llegada de Bolívar, y el tiempo de Bolívar. Los rasgos de los temperamentos de ambos libertadores, los agasajos, escenarios y detalles cotidianos son observados por estos representantes de la corona inglesa, una neutral al conflicto entre realistas y patriotas, por eso accesible a ambos bandos.
Basil Hall fue testigo presencial de la entrada de San Martín a Lima el 10 de julio de 1821, y de la declaración de la independencia el 28 del mismo mes. Hall describe a un San Martín enemigo de la ostentación, que ingresa a la ciudad sin hacer gala de los derechos que tenía ganados, sin cortejo, de noche, acompañado por tan solo un ayudante. Confiesa nunca haber visto a alguien cuyo trato seductor fuese más irresistible; lo describe como una persona poseída de gran bondad de carácter, hermoso, alto, erguido, bien proporcionado, con gran nariz aguileña, de color aceitunado oscuro y ojos grandes, prominentes y penetrantes. Tenía aspecto completamente militar.
De Lima, comenta Hall detalles curiosos como la costumbre de los limeños de fumar en el teatro luego de la prohibición vigente durante toda la época colonial. Da cuenta del chisporroteo de los pedernales y la nube de humo que se forma en la platea en los entreactos apenas el virrey se retira y advierte que en galería, las diosas sostienen un fuego incesante durante toda la función. Allá arriba, el virrey y la etiqueta importaban poco.
Proctor vive una Lima de otros entreactos, el más interesante es el tiempo entre San Martín y Bolívar. Sus pesquisas son comerciales. Advierte el movimiento mercantil en el Callao; las barricas de harina norteamericana, las sedas y algodones de la India y China, los fardos de tabaco de Guayaquil y los pilones de azúcar de la costa norte del Perú. Ya en ese entonces, el pisco se exportaba en botijas con capacidad de dieciocho galones, hechas de fuerte arcilla y recubiertas por una especie de canasta, como describe el inglés.
No puede evitar trazar una semblanza de Bolívar después de observarlo en otra función teatral, diciendo de él que era un hombre delgado y pequeño, con el rostro bien formado pero arrugado por la fatiga y ansiedad, con un notable fuego en sus vivaces ojos negros. Lo llama intrépido, resuelto, activo, intrigante, de espíritu perseverante, rasgos que se marcaban en su semblante y se expresaban en los movimientos de todo su cuerpo. En ese entonces ya gobernaba Torre Tagle y Proctor acude a presentarle su saludo. Observa que Torre Tagle había engrosado y que estaba abotagado por la bebida a la que se había aficionado tanto que rara vez se podía hablar con él de negocios por las tardes.
El próximo domingo seguiré entregando sabrosos detalles que estos cronistas ingleses dejaron para la historia de nuestra capital. Testigos presenciales del nacimiento del Perú.