Roberto Ángeles dirigió hace unos meses la obra de teatro de César de María “¡A ver, un aplauso!”. Dos payasos callejeros tratan de engañar a la muerte (uno de ellos tiene tuberculosis y está desahuciado). Recorren las calles limeñas haciendo payasadas para ocultar su tragedia. Dibujan el muy peruano drama de ocultar nuestras desgracias bajo la risa fácil, la criollada, el facilismo populista.
Uno se ríe una y otra vez en torno a la fatalidad. El mérito del director y del escritor es arrancarnos sonrisas y aplausos cuando uno quiere llorar. Así es el teatro. Toda obra es una caricatura de la realidad (en el buen sentido de la palabra). La paradoja maravillosa del arte es deformar la realidad para dar forma a una nueva.
En una de las presentaciones del CADE tuve la misma sensación. La gente se reía y aplaudía cuando debería llorar. Pero la licencia del teatro no funciona. El “actor” en el escenario no estaba representando un drama de ficción, sino un drama real.
El ministro Urresti hizo chistes y bromas para contarnos el drama de la inseguridad en el Perú. El humor es admisible cuando es una forma de explicarnos y hacer entendibles nuestros problemas. Pero no cuando se usa como mecanismo para no decir nada y evadir soluciones.
Urresti es una perfecta expresión del populismo efectista (no efectivo) de decir a la gente lo que quiere escuchar y no lo que tiene que escuchar. A lo Melcochita nos llenó de chistes: “La cocaína es muy barata en el Perú, solo mil quinientos dólares. Ah, señor, ya vi cómo está salivando” mientras señalaba a un supuesto asistente entre el público. La gente se rio y aplaudió (como en el circo, cada quien es libre de reírse y aplaudir de lo que quiera). Explicó cómo se arma un kete. Cautivó a algunos empresarios anunciando: “Pondremos policías en el bulevar de Asia para que sus hijos vayan a un sitio en el que les aseguro no habrá ni un gramo de droga”. Por supuesto que varios aplaudieron.
Cuando se le venció el tiempo (uno esperaría que el llamado a gestionar el orden y el cumplimiento de las reglas en el Perú daría el ejemplo), acudió al asambleísmo plebiscitario de gritar “¿Quieren que me vaya?” para escuchar un alargado (pero no mayoritario) “Noooooo”. Y se quedó una hora adicional.
El populismo no solo embrutece el debate y oculta los verdaderos problemas. Nos conduce a la indignidad del autoengaño y a la complacencia con la inacción en lo relevante y la acción en lo irrelevante.
Urresti no tiene otra estrategia que la de hacer reír, la de burlarse del problema del homicidio, el narcotráfico, las bandas organizadas y los asaltos de los que somos víctimas los peruanos todos los días. No citó un número (dijo que ya no iba a usar números para que no lo macheteen), ni un logro de proyección al mediano o largo plazo. Como los payasos de “¡A ver, un aplauso!”, pretende engañar lo trágico y hacernos reír con lo que debería hacernos llorar. Más que un ministro anunciando qué hacer era un candidato buscando votos.
El contraste en el CADE lo dieron Jaime Saavedra, el Ministro de Educación (esta vez sí con mayúsculas), y Martín Vizcarra, presidente regional de Moquegua. Explicaron cuál es nuestro problema, que están haciendo y que se está pensando hacer. Había números, muestra clara de nuestras debilidades, críticas constructivas y construcciones analíticas. Y había números que arrojan resultados concretos. Frente al anecdotario incoherente y teatral de Urresti, mostraron un futuro tangible.
En contraste a las risas y aplausos chacoteros a Urresti, los dos fueron aplaudidos, de manera sostenida, de pie por toda la audiencia. Los últimos nos dejan algo, el primero no dejó nada. Y es que hay muchas formas de aplaudir y de ser aplaudido.