En estos días, el periodista y ensayista norteamericano Henry Mencken, autor de sentencias tan brillantes como escarnecedoras, merece ser recordado entre nosotros por varias de ellas. La más obvia, desde luego, es aquella en la que afirmaba que “todo hombre decente se avergüenza del gobierno bajo el que vive”. Pero no es la única. Existe otra, quizás un poco menos conocida, que a nuestro parecer arroja también luces intensas sobre lo que está ocurriendo en nuestro país. “Para todo problema humano –señaló Mencken alguna vez– hay una solución fácil, clara, plausible y equivocada”.
Si bien las dos son aplicables a los actos de cualquiera de los poderes del Estado, nosotros preferimos quedarnos con la primera para expresar los sentimientos que inspira actualmente en esta pequeña columna el Ejecutivo; y con la segunda, para describir el proceder gamberro del Legislativo.
Son vergonzantes, en efecto, la forma en que la epidemia del coronavirus le ha pasado por encima al Gobierno y la nula capacidad de reacción de quienes lo conforman. Mientras Vizcarra, aturdido quizás por su recuerdo de ciertas películas de Thor, no atina a otra cosa que arrojar el martillo, su primer ministro se dedica a explorar los límites del castellano y a ver más acá de lo evidente.
Y conforme se desciende en la estructura del poder, la cosa tiende a empeorar.
—Grupo Retrospectiva—
El economista Farid Matuk, integrante del Grupo Prospectiva que asesora al gobierno en su escaramuza con el COVID-19, nos acaba de revelar, por ejemplo, que “hubo una meseta [de contagios] en la segunda semana de mayo”, pero que ya no la hay más. “Estamos de subida”, ha precisado, aunque “se reduce la velocidad”. Debe ser, imaginamos, por las dificultades para respirar.
Pero que hubo meseta, la hubo. ¡Haberlo sabido, caramba! Fuimos felices y no nos dimos cuenta… El grupo, eso sí, debería cambiarse el nombre a “Retrospectiva”, porque las primicias que nos entrega están algo tocadas de nostalgia.
No es más alentador, sin embargo, el escenario que encontramos en el Congreso. Allí la esforzada representación nacional no descansa en su empeño de asegurarse de que, cuando la actividad económica pueda ponerse realmente de nuevo en marcha, no tenga cómo. En sesiones celebradas sintomáticamente casi siempre de madrugada, una mayoría compuesta por ‘gremlins’ de todas las bancadas se ha dedicado a formular y aprobar leyes que atropellan contratos, contravienen lo que han demostrado ya el razonamiento económico y la historia, y le generan costos millonarios al Estado justo cuando menos los necesita.
Nos referimos, específicamente, a la suspensión del cobro de peajes en el territorio nacional, a la norma para sancionar el acaparamiento y la especulación, y a la ley para el ascenso automático en Essalud. Una seguidilla de ejemplos perfectos de lo que Mencken observaba: soluciones fáciles, claras y plausibles a distintos problemas humanos… pero equivocadas. Equivocadas porque nos van a costar multas tan onerosas como ineludibles, van a generar escasez de los productos que más se necesitan y van a terminar de colapsar la prestación de servicios de salud a cargo del Estado.
Todo esto, además, sin que los proyectos pasen por comisiones y exonerándolos de segunda votación, como si estuvieran participando del famoso concurso: “El que piensa pierde”.
Quienes tratan de explicarse esa conducta suelen citar dos razones para ella: la escasa ilustración y el desmedido apetito de aplausos. Pero mientras lo primero es indiscutible, lo segundo merece por lo menos una reflexión. ¿De qué les sirve la efímera aprobación populachera a congresistas que no podrán postular a la reelección dentro de un año?
Por beneficiar a sus respectivas organizaciones políticas en los próximos comicios es claro que no lo hacen, pues hace rato que estos legisladores soltaron sus amarras con sus casas matrices para jugar su propio partido. La carta que los dirigentes de Acción Popular enviaron a su bancada la semana pasada y el reciente pedido de Martha Chávez para retirarse de todas las comisiones en las que representa al grupo parlamentario fujimorista son manifestaciones palpables de eso.
¿Qué es lo que ganan entonces sepultando el futuro del país los pocos congresistas que, a fuerza de repeticiones, tienen que haber entendido la necedad intrínseca de las medidas que aprueban? Pues nuestra hipótesis es que se trata de una gratificación inmediata que se justifica por sí misma y en el momento les basta. Una especie de cultivo del “carpe diem” asociado al poder, estaríamos tentados a sugerir… Pero, vamos, si no han leído a Coquito, mucho menos a Horacio.
—Pecados de omisión—
La circunstancia de que no tengan la referencia bibliográfica exacta para definir su comportamiento, no obstante, no los hace inocentes. Y es aquí donde el detalle de que la mayoría de las reuniones en las que se aprobó tanta barbaridad se celebrase de noche revela su importancia. Mientras usted dormía, los congresistas aprobaron iniciativas idiotas que destruyen la economía (un desmán cuya responsabilidad alcanza también a los que no se atrevieron a votar en contra) y lo hicieron a esa hora porque, intuitiva o conscientemente, no querían ser vistos.
Como en el tango que cantaba Gardel, preferían que todo fuese a media luz. A media luz, los votos; a media luz, la tos.
Para volver a Mencken, cabe recordar aquí esa otra sentencia suya en la que tan certeramente declaraba: “la conciencia es una voz interior que nos advierte que alguien puede estar mirando”.