Cuando niño, mi padre me consiguió una entrada a un evento en un circo para los hijos de los trabajadores del Ministerio de Salud y fui con mi tía a ver un espectáculo dirigido por Yola Polastri. La vi de lejos. Fue la primera vez que veía a un personaje de la televisión en vivo. De más está decir que sentí que tenía un aura de magia y fantasía. Yo, como muchos niños varones de aquella época, no era fan de Yola –es más, nunca lo fui–, pues abrigábamos un espíritu cínico, respondón y poco dado a aceptar la inocencia que un programa televisivo para niños podía proponer. Desde hacía un tiempo se perseguía a Yola con las conocidas críticas que persiguen a los famosos, siempre injustas, y es que el personaje que mostraban las cámaras no coincidía con el personaje que se veía en vivo. Yola nunca la tuvo fácil, pero siempre supo reinventarse.
Volviendo a aquel evento y leyéndolo hoy en día, recuerdo que Yola escenificó la fábula de la liebre y la tortuga; es decir, nos trajo una tradición atribuida a Esopo, donde una chica con vincha de orejas largas se mostraba muy atlética y otra con caparazón y gorra que le cubría las orejas y el pelo aparecía como una cansina tortuga. La melodía que acompañaba a la liebre era una clásica canción de Yola, “haz deporte, haz deporte y muy contento te pondrás”, para rematar parafraseando la máxima del poeta romano Juvenal, cantando “Mente sana, cuerpo sano, mente sana es salud”.
Para los griegos, esta fábula era una enseñanza sobre que la virtud no debía ser opacada por la soberbia, y no fue sino hasta la era moderna que empezó a ser leída de otra forma, más bien desde el punto de vista de la tortuga, que es vista como la heroína, por su consabida temperancia y el espíritu de no rendirse. Creo que a Yola Polastri hay que adjudicarle esa virtud: que ha sabido perdurar en el tiempo uniendo varias generaciones en momentos difíciles para el Perú y para los niños. Resistiendo todo tipo de críticas, burlas y competencias, ha llenado estadios, grabado discos, dirigido programas y organizado cientos de espectáculos.
Yola siempre viene a mi memoria cuando en mis clases de antropología les cuento a las chicas y chicos que la cultura tiene como características ser compartida y, por supuesto, aprendida. Les comento siempre que una de las formas más antiguas que la humanidad conoce para transmitir el conocimiento es la música. Lo hemos hecho por miles de años y gran parte de las sociedades tradicionales lo hacen a través de cantos que transmiten historias, mitos y lecciones morales, que son fáciles de memorizar y con ritmos fáciles de aprender. Les comento que, siguiendo esta milenaria tradición, conozco el orden de los planetas gracias a una canción de Yola (eso sí, los alumnos, de manera tierna y con una sonrisa, me hicieron notar que Plutón ya no es un planeta). Hace poco, una alumna me contó que ella misma había asistido a un evento en el que Yola actuó y que lo había disfrutado junto a sus padres. Yola ha sabido unir generaciones y es tiempo de reconocerle ese gran legado y esfuerzo.
Por estos días, Yola y su familia no la están pasando bien. Sirvan estas líneas para desearle una pronta mejoría y reconocerle incluso de parte de quienes fuimos niños cínicos y descreídos que le agradecemos por ser parte de nuestra vida. Los chicos de ahora no podrán imaginar cómo era la vida con solo tres canales de televisión en blanco y negro, sin Internet ni celulares, donde mucho del entretenimiento dependía del gran trabajo y la habilidad artística de una animadora que convirtió el mundo de los niños en un espacio que siempre existirá “allá en mi rancho bonito”.