Editorial El Comercio

Ayer, a los 86 años, falleció . Según comunicaron en las redes sociales sus hijos, el motivo de su deceso tuvo que ver con el cáncer a la lengua que arrastraba desde hacía varios años.

Se cierra así el ciclo de vida de uno de los presidentes que mayor impacto dejó en la historia del Perú. No olvidemos que fue el antifujimorismo (surgido como oposición a su figura y para evitar que su hija Keiko llegara al poder) el que en buena cuenta terminó definiendo el resultado de las tres últimas elecciones presidenciales y el que permitió que alcanzaran la presidencia políticos tan disímiles entre sí como Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski y Pedro Castillo. Sin el fujimorismo y el antifujimorismo sencillamente no se puede entender la historia del país de los últimos 34 años.

Quienes defienden a Fujimori suelen destacar varios logros de su paso por el poder. Entre ellos, que fue durante su mandato cuando se neutralizó a las dos organizaciones terroristas que habían puesto en jaque al Perú a punta de matanzas, masacres, explosiones y una larga retahíla de delitos: Sendero Luminoso y el MRTA. El primero fue desmantelado hace 32 años, cuando el GEIN capturó a y a la cúpula senderista en una vivienda en Surquillo. Mientras que el segundo fue derrotado el 22 de abril de 1997, cuando la operación liberó a los rehenes que la guerrilla mantenía cautivos en la casa del embajador de Japón en el Perú desde diciembre del año anterior. Con las derrotas de Sendero Luminoso y el MRTA, nuestro país puso fin a una época de profundo dolor y es imposible desligarlas del recuerdo del gobierno de Fujimori.

También es justo destacar que fue durante su administración cuando nuestro país logró la delimitación de sus fronteras terrestres. En 1998, el no solo satisfizo un objetivo que el Perú venía persiguiendo desde su fundación como república, sino que puso fin al conflicto más largo que tuvo nuestro país en su historia (uno que duró más de cinco décadas). Y aun cuando es verdad que Fujimori no estaba inicialmente convencido de la necesidad de hacer reformas económicas radicales –como quedó claro durante la campaña en la que se enfrentó a Mario Vargas Llosa en 1990–, fue durante su gobierno cuando se sentaron las bases del modelo económico que le ha dado al país la mayor época de prosperidad de toda su historia.

Ninguno de estos logros, por supuesto, puede servir para exculpar a Fujimori por los delitos que cometió (muchos de los cuales él mismo aceptó) mientras estuvo en el poder y por los que . Fue durante su gobierno cuando emergió una figura nefasta como la de , a quien él otorgó amplios poderes y del que posteriormente trataría –en vano– de apartarse cuando cayó en desgracia tras el destape de los . Fue durante su gobierno, además, cuando los peruanos conocimos niveles de corrupción pocas veces vistos y cuando operó el y su reguero de muerte.

Fue en los 90, asimismo, cuando el país asistió a uno de los momentos más difíciles para sus instituciones –muchas de las cuales empezaron a ser copadas tras de 1992– y para la prensa en particular, a la que el régimen fujimorista se encargó de perseguir, acosar y, cuando podía, comprar con fondos públicos.

Con toda seguridad, se seguirá escribiendo sobre Alberto Fujimori en los años venideros. Más aún, dado que el fujimorismo continúa siendo una fuerza política importante, como lo demuestran las últimas elecciones y el hecho de que compone la bancada más numerosa en el Congreso. Con su muerte se cierra un capítulo de nuestra historia y se abre otro en el que esperamos que la polarización que generó su figura no divida más a los peruanos.

Editorial de El Comercio