En un reporte divulgado recientemente, días antes de la reunión anual en Davos, la ONG Oxfam publicó un informe que señala que la concentración de riqueza del 1% de los más acaudalados ha aumentado de 44% en el 2009 a 48% en el 2014. Según esta ONG, de continuar esta tendencia, la proporción superaría el 50% en el 2016. La directora ejecutiva de la Oxfam, la ugandesa Winnie Byanyima, afirmó: “¿Realmente queremos vivir en un mundo donde el 1% tenga más que el resto de nosotros combinado? [...]. Los pobres reciben un doble golpe por el aumento de la desigualdad: reciben una proporción menor del pastel económico y, debido a que la desigualdad extrema perjudica el crecimiento, hay menos pastel para ser compartido”. Finalmente, aseguró que esta situación era peligrosa y, por ello, debía ser revertida.
Claramente, el reporte de la Oxfam asume que la riqueza es estática. Es decir, la cantidad de riqueza que existe en el mundo es la que es y no es expandible. Con lo que resulta lógico pensar que si alguien acumula un porcentaje grande de esa riqueza, está quitándole a los demás posibilidades de acceder a una parte de aquella. Sin embargo, el problema de fondo no es que unos tengan más que otros per se, sino que los que tienen menos no cuentan con las oportunidades para acceder a una verdadera economía de mercado, mejorar su calidad de vida y poder crear más riqueza. Como consecuencia, la solución no va por reducir la riqueza extrema, como lo estaría implicando la Oxfam, sino más bien por romper las ‘murallas chinas’ que excluyen a los más pobres de participar y hacer que esta torta crezca.
El problema de este tipo de estudios es que, ante tan impactante cifra, muchos gobiernos optan por implementar políticas inadecuadas de distribución que disminuyan el coeficiente Gini, índice internacional que mide la desigualdad en los ingresos de un país. Y como la igualdad es su bandera, no se preocupan por que el ingreso per cápita y la calidad de vida de su población aumente progresivamente, pues, en la medida que el coeficiente Gini sea menor, para Winnie Byanyima, todos estaremos mejor.
Es decir, un país puede estar en pobreza extrema y, a la vez, ser profundamente igualitario. Por ejemplo, el coeficiente Gini del Perú fue mayor durante el primer gobierno de Alan García que durante la última década. Sin embargo, ¿estábamos entonces acaso mejor que ahora? De la misma forma, en la actualidad el país más igualitario de América Latina es Venezuela, ¿pero significa ello que está mejor que el Perú o Chile? En pocas palabras, ¿es mucho mejor estar desigualmente situados en el bienestar que igualmente colocados en la escasez y arrinconados en un túnel sin salida?
Así que cabe preguntarle a la ejecutiva ugandesa: si todos estamos mejorando, ¿por qué tendría que importarnos que algunos mejoren más? En lugar de preocuparnos que unos obtengan mayores ingresos que otros por sus propios esfuerzos y emprendedurismo, ¿acaso nuestras cavilaciones no deberían dirigirse en cómo crear más oportunidades para que las personas que aún siguen en la pobreza puedan mejorar sus estándares de vida?
Es la segunda pregunta la que verdaderamente debería importarnos. En realidad, no interesa si Bill Gates, Carlos Slim o Gastón Acurio se hacen más ricos, sino que todos tengamos más oportunidades para mejorar. La evidencia lo confirma: para el Banco Mundial, la clase media ha pasado de 100 millones de habitantes a 150 millones en América Latina del 2000 al 2010. Es decir, 50 millones han logrado salir de la pobreza. En el caso del Perú, este crecimiento es aun más impresionante, pues es de 75% en el período 1995-2010. No hablemos ya de China, donde cientos de millones de personas han salido de la pobreza en los últimos años. ¿Cuál ha sido la causa? El crecimiento económico y buenas políticas públicas para abrir el mercado, mas no la distribución como lo estaría sugiriendo la Oxfam.
La desigualdad es un tema que no nos debería preocupar en la medida que mientras algunos se hacen más ricos, los que menos tienen cuenten con la oportunidad de crecer y mejorar. Para ello, no necesitamos políticas de distribución, sino instituciones fuertes que sustenten un mercado para generar más riqueza y que la torta crezca.