La ministra de la Salud Elizabeth Hinostroza (al centro) atiende a los medios de prensa tras la confirmación del primer caso de COVID-19 en el país, ayer. (Foto: Joel Alonso).
La ministra de la Salud Elizabeth Hinostroza (al centro) atiende a los medios de prensa tras la confirmación del primer caso de COVID-19 en el país, ayer. (Foto: Joel Alonso).
Editorial El Comercio

Ayer, el Perú ingresó a la lista de países en los que se ha detectado al menos un caso de la nueva cepa de registrada originalmente en China. Según anunció el presidente Martín Vizcarra en un , el afectado es un joven de 25 años que había transitado por tres lugares en los que se ha advertido la existencia del virus: España, Francia y República Checa.

La noticia ha causado cierto revuelo entre la ciudadanía. Pero la verdad es que tratándose de un virus que en poco más de tres meses se ha expandido meteóricamente por casi todo el globo (el único continente que viene librándose de la epidemia es la Antártida) y habida cuenta de que en los últimos días su presencia había sido confirmada en Brasil, Ecuador, Argentina y Chile, solo restaba pensar que era cuestión de tiempo para que tocara nuestra puerta. Ahora que el coronavirus llegó, vale la pena no perder de vista algunas consideraciones.

Es cierto que hay muchas cosas que desconocemos aún del coronavirus. Hasta ahora, sin embargo, todo parece indicar que su peligro no radica tanto en su mortalidad, sino más bien en lo escurridizo que resulta al propagarse. Se ha señalado, por ejemplo, que una persona podría tener el virus y no exhibir síntomas sino hasta el día 14. Incluso hay quienes portan el coronavirus (y lo superan) sin darse cuenta de que fueron portadores ya sea porque lo confundieron con un resfrío o porque este nunca llegó a manifestarse como tal.

Como es evidente, una persona contagiada podría transmitir el mal antes de descubrir que lo trae consigo. Ello ayuda a entender por qué a pesar de las medidas que han tomado varios gobiernos en el aislamiento de los potenciales afectados y en el cuidado de sus fronteras, este ha seguido expandiéndose hasta llegar a los 100.685 casos confirmados ayer y ha alcanzado lugares tan dispersos como Camerún en África, Islandia en el norte de Europa, Omán en Oriente Próximo o Nueva Zelanda en Oceanía. Por todo ello, es rescatable que el Ejecutivo no haya tomado el asunto a la ligera y que el Ministerio de Salud (Minsa) haya elaborado ante un brote local del virus.

Ahora bien, que la situación demande seriedad no justifica de ninguna manera que los ciudadanos resbalemos en el alarmismo. Se ha determinado, por ejemplo, que la tasa de mortalidad del COVID-19 es, en realidad, bastante baja: menor al 4% (fuera de China es de apenas el 0,7%). Vale la pena tener esta cifra en mente la próxima vez que escuchemos voces que andan pronosticando escenarios apocalípticos. Al fin y al cabo, otros países vienen registrando un número bastante mayor de contagiados que el nuestro sin que sus gobiernos hayan decretado órdenes de inamovilidad, sus mercados se hayan desabastecido o sus fronteras se hayan cerrado completamente.

Por supuesto que el hecho de que solo una porción de los contagiados termine desarrollando un cuadro clínico grave no quiere decir que el resto de la sociedad sea indiferente con los que más lo padecen –como, por ejemplo, los mayores de edad o los pacientes con sistemas inmunológicos debilitados–. En esa línea, es importante estar atentos cuando una persona mayor empieza a mostrar algunos síntomas y seguir las recomendaciones que han dado las autoridades para prevenir el contagio. El lavado de manos es quizá la más sencilla y útil de aplicar.

Dos días atrás, el director general de la OMS, Tedros Adhanom, manifestó: “El nivel de mortalidad que pueda alcanzar este virus no depende únicamente del virus en sí, sino también de cuál sea nuestra respuesta”. El éxito en la lucha contra el coronavirus, pues, no se decidirá solo en los cuartos de los hospitales ni en las reuniones de nuestras autoridades; se decidirá también en las calles y en la manera cómo los ciudadanos afrontemos esta amenaza.

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