El gas, como si retrocediéramos cinco años, se ha convertido nuevamente, y desde hace ya casi dos meses, en uno de los grandes temas de la campaña presidencial.
El último viernes, sin ir más lejos, Alfredo Barnechea anunció en un mitin su primera acción como eventual gobernante: “El 28 de julio sentaré a las empresas a renegociar los contratos del gas”. Así, vuelve a utilizar el recurso por el que saltó a la palestra de esta elección, argumentando que el Perú estaba dejando de percibir sumas millonarias en regalías por el contrato de exportación del gas. La renegociación equivalía –en la construcción de Barnechea– a una suerte de “reconquista del Perú por los peruanos”.
Verónika Mendoza, candidata de Frente Amplio, por su parte, ha reivindicado ya varias veces con orgullo la iniciativa que hizo popular a Barnechea como originaria de su agrupación política. Y han sido muchos otros los candidatos que, viendo lo bien que le fue a Barnechea con ella en la aparente “escueleada” que propinó a un periodista sobre el tema, se han sumado a la iniciativa.
Es de remarcar, sin embargo, la forma como el tema continúa generando réditos y comienza incluso a ser motivo de pleitos de autoría cuando todo él se ha desarrollado de espaldas a la realidad económica de la que trata: a saber, el estado del mercado internacional del gas. En ese sentido, fue Pedro Pablo Kuczynski quien puso el asunto en perspectiva cuando dijo que para tomar en cuenta si el Estado Peruano podría renegociar los montos que cobra a quienes venden el gas de su subsuelo había que ver lo que había pasado con el precio de ese gas en los últimos años. Y resulta que lo que ha sucedido con ese precio es algo que cuesta calificar de una manera diferente a un desplome.
En efecto, el valor del gas que el Perú exporta y que llegó a niveles superiores a los US$12 por millón de BTU en el 2005, hoy se cotiza a menos de US$2 por millón de BTU. Esto, según el índice de precios Henry Hub, indicador utilizado en México, el país de destino del 67,6% de las exportaciones de gas en el 2015.
En otras palabras, el precio del gas que exporta el Perú ha caído a un sexto de su valor en los últimos diez años y ello debido a factores que ningún presidente peruano –por muy voluntarista que sea o muy determinado que suene– estará jamás en posición de negociar. Factores como el desarrollo de las nuevas tecnologías que han permitido que en Estados Unidos, por ejemplo, se extraigan ingentes cantidades de gas de esquisto a costos que solo unos años atrás habrían resultado inverosímiles.
Así las cosas, resulta difícil de entender en qué se puede estar basando un candidato cuando cree que, ahora que lo vende a un sexto de su antiguo valor, la empresa que exporta nuestro gas acordará voluntariamente incrementar las regalías al Estado Peruano en detrimento de sus ya alicaídos ingresos. Como tampoco parece fácil comprender en qué se puede estar apoyando para –aun asumiendo una “renegociación forzosa”– afirmar que hay ahí –en las regalías del gas– una oportunidad económica grande para el Perú y, de todas las cosas, una ocasión de “reconquista del Perú por los peruanos”.
En resumen, los candidatos que, en este contexto del mercado del gas, plantean una renegociación de lo que el Perú obtiene por regalías como una gran posibilidad económica a ser tomada por nuestro Estado, más que denunciar que nos están tomando por bobos a los peruanos, nos están intentando tomar por bobos ellos.
La única otra opción, claro, es que estén haciendo su propuesta y su denuncia desde la negligente ignorancia, en lugar de desde la dolosa demagogia. Pero no es esta una alternativa que pueda servirnos de mucho consuelo a sus eventuales futuros gobernados.