Editorial: Gastándose el crédito en pasadas
Editorial: Gastándose el crédito en pasadas

El rostro del primer ministro Fernando Zavala, captado días atrás por algunos medios justo en el momento en que el presidente Kuczynski pronunciaba en Puno su ya famosa salida de “a mí, francamente, no me preocupa que haya un poquito de contrabando”, lo decía todo.

El jefe del Gabinete, en efecto, cerró en ese instante los ojos y apretó los labios en un gesto que sugería la anticipación de la tormenta política que desatarían las palabras del mandatario y con la que, sin embargo, le tocaría lidiar fundamentalmente a él, por la doble función de vocero oficial del gobierno y extinguidor oficioso de incendios que viene cumpliendo desde que juró el cargo.

Baste recordar, por si alguien necesitase ejemplos de esto último, sus incómodas explicaciones a la prensa y a la presidenta del Congreso, Luz Salgado, por las reflexiones del jefe de Estado sobre la necesidad de “jalarse” a algunos legisladores fujimoristas supuestamente ávidos de prebendas, o sus intentos por minimizar la naturaleza provocadora de la convocatoria que, como presidente electo, lanzó Kuczynski en La Oroya para hacer una marcha hasta el Congreso a fin de lograr la extensión del plazo para el proceso de liquidación de Doe Run.

A decir verdad, esta vez ya ni siquiera vale la pena detenerse en las contradicciones que entraña apostar, por un lado, por la formalización de buena parte de la fuerza laboral del país que hoy opera ilegalmente y, por otro, mostrarse públicamente tolerante ante el contrabando en pequeña escala, pues lo que preocupa no es el problema de ocasión, sino el patrón de comportamiento. Esto es, la vocación irrefrenable por decir cosas políticamente indebidas que parece poseer al mandatario cuando los micros lo cercan.

Confundido quizá por la risa de quienes lo rodean cuando despende estas ‘ocurrencias’, el presidente puede creer que estas resultan para la ciudadanía en general tan simpáticas como sus pasos de baile en ceremonias oficiales o su imposición de rutinas de ejercicios previas a las sesiones de Gabinete. Pero debería recordar que, como decía un sabio filósofo, “para la corte, los chistes del emperador siempre son graciosos”.

Es cierto que el expediente de tratar de pasar por agua tibia los exabruptos presidenciales llamándolos giros ‘coloquiales’ o ‘alejados del protocolo’ mal que bien ha funcionado hasta ahora. Pero eso es porque todo gobierno que recién se estrena goza de un prejuicio a favor de parte de quienes acaban de elegirlo: la llamada luna de miel con los votantes. Semejante indulgencia popular, sin embargo, tarde o temprano se acaba. Y al paso al que va esta administración, se diría que el escenario más probable es el segundo.

Lo que tiene sentido, en consecuencia, es consumir ese estado de gracia sacando adelante medidas serias y relevantes que pudieran ser impopulares; no malgastarlo en chanzas o ligerezas cuyos efectos negativos luego hace falta neutralizar. La imagen que viene a la mente en este caso es la del titular de un nuevo celular que de pronto decide gastarse todo su crédito inicial de llamadas en pasadas telefónicas.

¿No sería más razonable, en efecto, que el jefe de Estado invirtiese ese saldo en impulsar, por ejemplo, la reforma laboral o el cambio de las exigencias medioambientales en el país, que en dejar escapar dislates sobre el contrabando o las mudanzas de bancada, que después tiene que rebobinar?

Transmitir la idea de que el poder y su ostentación a fin de cuentas no son tan importantes como para rodearlos de una solemnidad ritual está muy bien. Y de hecho parte del 70% de aprobación del que goza hoy el presidente en algunas encuestas se explica por esa desenvuelta actitud suya. Pero de ahí a convertir la administración de las riendas del país en una tarea entorpecida por la espontaneidad sin filtro que rige su comunicación con la ciudadanía hay una distancia que ni este ni ningún gobernante puede darse el lujo de ignorar.