Que existan programas sociales de asistencia es, qué duda cabe, una buena noticia para quienes viven en la pobreza. Después de todo, se trata de programas que (al menos cuando no están plagados de filtraciones) transfieren directamente recursos a quienes más los necesitan. De hecho, pueden significar para muchas personas la diferencia, por ejemplo, entre la salud y la enfermedad o entre el poder tener una oportunidad en la vida y el salir a ella cargadas de limitaciones permanentes. Para ilustrar ambos casos, basta con pensar en el problema de la desnutrición crónica.
El problema con la existencia de estos programas, sin embargo, es que puede ser una noticia todavía mejor para los políticos, siendo el caso que el interés principal de estos (ganar o mantener votos) no siempre está alineado con el de los pobres (salir de la pobreza).
Uno podría pensar, desde luego, que los dos intereses se consiguen juntos por naturaleza: cuantas más personas ayude un político a salir de la pobreza, más votos debería tener. Pero la realidad, desafortunadamente, es más compleja. Un político no necesita que los pobres salgan realmente de la pobreza para conseguir sus votos; necesita simplemente darles la apariencia de que ello ha sucedido. Y como es más fácil conseguir la apariencia que la realidad, los políticos tienden a apuntar a lo primero. Especialmente si conseguirlo implica simplemente repartir el dinero que otros –los contribuyentes– producen.
Veámoslo con un ejemplo. Si una familia recibe todos los meses del gobierno la suma de dinero que le falta para poder cubrir su canasta básica, esa familia ya no está viviendo bajo la línea de pobreza. Ello no obstante, ha salido de la pobreza solo en apariencia: depende de la ayuda estatal –decidida por los políticos– para poder satisfacer sus necesidades básicas. Como, sin embargo, normalmente las familias no se detienen en esta diferencia mientras los políticos no les dejen de pasar estos recursos, a estos últimos les bastará con eso para cumplir sus fines electorales. Es más, no solo les bastará sino que muchas veces les funcionará mejor. Por un lado, porque así siguen manteniendo bajo su poder a las personas que viven de su apoyo; y, por el otro, porque, al menos en el corto plazo, las personas agradecemos más lo que nos da una satisfacción inmediata (como cuando nos regalan dinero) que lo que nos promete una satisfacción postergada (como cuando nos regalan las herramientas de trabajo con las cuales producir este dinero).
Quien dude de que esto es así debiera ver el comunicado que publicó el Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social (Midis) hace unos días especificando que ninguna agrupación política puede ofrecer a la población como promesa electoral que ingresará al programa Juntos (que reparte S/.200 bimensualmente a sus beneficiarios). El aviso aclaraba que solo pueden ingresar en este programa quienes pasen los filtros preestablecidos por este ministerio y amenazaba incluso con acciones penales a quienes incurran en estas promesas.
¿Por qué ha tenido el Midis que sacar este aviso? Pues porque con la cercanía de las elecciones regionales y municipales una serie de candidatos y partidos se han puesto a prometer ampliar el reparto de Juntos en caso de ser elegidos. ¿Y por qué no habla el comunicado de, por ejemplo, quienes prometan ampliar el programa Haku Wiñay –que instala microrreservorios y riego tecnificado en las chacras y enseña tecnologías para mejorar la producción–? Pues porque ningún candidato parece creer que este sea un camino eficiente para conseguir votos. Esto, pese a que los resultados de un programa como Haku Wiñay (a diferencia de los de un programa asistencialista como Juntos) lleven no solo a vivir sobre la línea de pobreza, sino más bien a producir por arriba de la misma y, por lo tanto, a no tener que depender de las transferencias de un tercero para no ser pobre.
La verdadera ayuda es la que busca que su beneficiario deje de necesitarla más antes que después. La otra, la que mantiene a su beneficiario dependiendo permanentemente de quien lo ayuda, es engañosa. Está pensada para ayudar, más que a nadie, al que la da.
Los peruanos, pues, tendríamos que desconfiar por definición de los candidatos –y los gobiernos– que se centran en ofrecernos una mano asistencialista: esa mano que te da de comer suele ser también la que quiere mantenerte así, bajo su poder.