El presidente Martín Vizcarra se dirige a dar su conferencia sobre la emergencia sanitaria provocada por el COVID-19, el pasado miércoles 13 de mayo, en Palacio de Gobierno (Foto: Sepres).
El presidente Martín Vizcarra se dirige a dar su conferencia sobre la emergencia sanitaria provocada por el COVID-19, el pasado miércoles 13 de mayo, en Palacio de Gobierno (Foto: Sepres).
Editorial El Comercio

Antes de ayer, en una de sus comparecencias públicas ante la prensa y el país, el presidente hizo un anuncio que hace tiempo todos esperábamos escuchar. “Ya el Perú llegó al tope, , y comienza este nivel de descenso, que es lo que habíamos estado esperando”, dijo. Y con ello, sin duda inyectó una dosis de optimismo en la población que viene soportando las exigencias y las estrecheces de la cuarentena hace ya dos meses.

Si la curva de la contaminación, en efecto, deja de subir y comienza luego a bajar, por paulatino que sea ese proceso, empezaremos a ver la luz al final del túnel y el resto del camino de sacrificio se nos hará más llevadero. ¿Pero qué pasa si la noticia a la que aludimos resulta después desmentida por la realidad? ¿Qué ocurre si, pasados los días, las cifras no confirman el acceso a la meseta largamente ansiado? Pues, evidentemente, que cundirá el desaliento y el efecto final será una situación más difícil que la que existía antes de la auspiciosa notificación.

A pesar de las advertencias del jefe de Estado contra la “gente que querrá bajar el ánimo” o “los famosos generales” que después de la batalla dicen “desde un escritorio” lo que tendría que haberse hecho, ese es un escenario que tenemos que explorar. No por ser aves de mal agüero o crear gratuitamente una atmósfera pesada en torno a la gestión del Ejecutivo en la lucha contra el , sino porque hay opiniones con base científica que discrepan del diagnóstico presidencial.

En una nota publicada , concretamente, dimos cuenta de lo expresado por el médico epidemiólogo Mateo Prochazka en el sentido de que la disminución en la velocidad de crecimiento de casos registrados no correspondería necesariamente a una menor transmisión, sino a una menor detección por menos pruebas aplicadas en relación con días anteriores. Según apuntó él, las capacidades de laboratorio para procesar las pruebas están saturadas desde hace más de una semana y eso habría llevado a un subreporte en los indicadores.

A esas consideraciones habría que sumar también las del decano del Colegio Médico del Perú, Miguel Palacios Celi, y las del científico en computación Ragi Burhum –consignadas ambas en el artículo referido– que, por sus propias razones, ven con escepticismo lo manifestado por el mandatario.

En nada ayudan por eso los intentos de descalificar esos puntos de vista discordantes con el oficial de los que hemos sido testigos últimamente. En honor a la verdad, es claro que la guerra aludida figurativamente por el presidente Vizcarra todavía no ha terminado y, en consecuencia, las observaciones y críticas que pudiera hacer cualquier “general” en estos días a propósito de la manera en que se viene librando no son de ninguna manera posteriores a ella. Los datos agregados, además, que son precisamente los que permiten hacer cálculos sobre la llegada o no al pico de una curva, se procesan por lo general en un escritorio, por lo que la dicotomía sugerida por el jefe de Estado frente los que toman decisiones “en la cancha” es falsa.

Si las cosas están mejorando, por supuesto que queremos saberlo, porque unas briznas de optimismo nos caen bien a todos en medio del panorama gris que contemplamos cotidianamente. Pero si no es así, o no se puede asegurar que sea así, también queremos saberlo. El optimismo sin unanimidad es peligroso.

Pero si fuese un riesgo que el Gobierno a pesar de todo se quiere correr, lo menos que se le debe exigir es tolerancia a las críticas. Y ya que estamos en eso, también por cierto, derecho a las repreguntas.

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