El presidente Ollanta Humala parece creer que su esposa, la señora Nadine Heredia, es víctima de violencia política por parte de la prensa. Sus declaraciones apuntan a una crítica, concretamente, de un sector de los medios.
El mandatario no ha sido suficientemente claro. Se ha escudado en el uso retórico de una pregunta para responder. Un reportero le preguntó si pensaba que su esposa había sido víctima de violencia política. La respuesta no fue “sí” o “no”, sino “usted, ¿qué piensa?”.
Ante la insistencia de los periodistas, el presidente tampoco fue claro en la defensa de su esposa. “Acá en el Perú –dijo– hay una concentración de medios que tiene aproximadamente del 70% al 80% de la prensa escrita y televisiva...”.
La pregunta era si hubo o no violencia política contra su cónyuge. La respuesta fue su interpretación sobre las preferencias del público con respecto a los medios de comunicación. Su inclinación por uno de los lados revela el carácter político y el interés gubernamental en el resultado de ese litigio.
El mandatario no afirma nada, sino que da a entender. No parece sentirse pleno en el uso del estilo directo y, por eso, recurre a la pregunta retórica. “Si ustedes ven los titulares que se dan prácticamente a diario –señala–, podrán ser testigos [de] si realmente hay un abuso o no de la prensa, y si eso puede configurarse como violencia contra la mujer”.
El presidente Humala se refiere a los titulares y portadas dedicados, en todos los medios, al tema de las agendas de una sola mujer, su esposa. En ningún país libre del mundo un tema como ese dejaría de ser materia de titulares y portadas, a diario.
Se respeta al ciudadano Humala que defiende a su esposa. Llamamos la atención del presidente, sin embargo, para que no maneje los asuntos de Estado movido por sentimientos personales. El mandatario no debe confundir a su esposa con el género femenino. Si ella tiene temas de relevancia nacional que se ventilan en la prensa, eso no es “violencia política contra la mujer”. Como hemos mencionado en anteriores ocasiones, el género de la esposa del jefe de Estado se ha convertido de un tiempo a esta parte en una suerte de escudo que –supone la pareja presidencial– la debería blindar de acusaciones que no responden en absoluto a su condición de mujer, sino a su rol como presidenta del partido de gobierno y como primera dama.
Entendemos que, como cualquier persona, el señor Humala defienda a su pareja. Pero usar un foro público como a los que su investidura le da acceso para hacerlo revela que al mandatario no le queda clara la distinción entre los asuntos personales y los de política de Estado. Además, si la primera dama realmente cree que ella ha sido difamada, debería precisar en qué circunstancia lo fue, para que la opinión pública, y eventualmente las autoridades correspondientes, juzguen los méritos de su acusación.
La violencia contra la mujer, entendida de manera general, no es un asunto que deba ser trivializado ni sacado de contexto. Es un hecho real que afecta y marca de manera profunda y dolorosa a miles de personas y familias en el país. Que lo haga el máximo representante de la Nación es materia de preocupación.
El presidente Humala no debe usar la tribuna pública para azuzar más enfrentamientos, que en este contexto de transición democrática es lo último que el país necesita. No debe, en concreto, crear flojas teorías conspirativas sobre “violencia política” contra “la” mujer. A no ser que quiera hacer predominar un interés por confundir a la opinión pública.