En toda competencia hay algo de duelo. Y las que se producen en la arena electoral no son una excepción. Finalmente, hay varios candidatos (y varias organizaciones políticas tras de ellos) que aspiran a un mismo cargo y solo uno puede resultar ganador.
Lo medular, sin embargo, son las armas con las que ese duelo ha de librarse. En el mundo ideal del que nos hablan los postulantes, estas deberían ser las ideas y los programas de gobierno y no los ataques o las descalificaciones personales entre ellos. Pero en la realidad del día a día de las campañas las cosas se presentan exactamente a la inversa.
Cada cinco años, los aspirantes a la presidencia suelen iniciar su participación en la contienda asegurando que no cultivarán en ella la diatriba e invocan a sus contrincantes a hacer lo mismo. Y sin embargo, cuando los plazos y las encuestas apremian, terminan desenfundando los viejos puñales y lanzándoselos unos a otros, con la aparente esperanza de que los terminen eligiendo no tanto por sus virtudes cuanto por los defectos de sus rivales.
En esta ocasión, por ejemplo, Alejandro Toledo ha dicho: “Por cada insulto que reciba de algún candidato, yo responderé con una propuesta”, mientras que César Acuña ha pedido que no se difame ni se afecte la honorabilidad de las personas y familias, pues “los peruanos quieren escuchar propuestas y compromisos”.
Alan García, por su parte, con la elocuencia que lo caracteriza, dijo al lanzar su postulación el 30 de octubre en el estadio Chamochumbi: “El gobierno debe ser un gobierno de unión, de convocatoria, de amplitud. No tenemos que luchar, ni enfrentarnos a nadie. Tenemos que abrir los brazos a todos”.
Sus brazos, no obstante, se han abierto recientemente para dispensar unos apretones poco cálidos: a Acuña le ha dedicado la sentencia: “Una persona que golpea a su mujer no puede ser candidato”; y a Kuczynski, la reflexión de que si dice que ha renunciado a su nacionalidad estadounidense “por presión”, en realidad sigue siendo norteamericano.
Toledo, entre tanto, ha enfilado sus baterías contra Keiko Fujimori y ha señalado que “una persona que no quiere a su madre no quiere a nadie”, mientras que PPK ha hecho lo propio apuntando que ella es candidata “porque es hija de un famoso ex presidente que hoy está en la cárcel”.
Y hasta Acuña, que no da la impresión de ser un político muy dotado para el cuerpo a cuerpo de la injuria, ha tratado de poner en práctica aquello de que la mejor defensa es el ataque y le ha respondido a García que no tiene autoridad moral para hablar de familia, “porque él sí humilló a su esposa”.
Todo esto sin contar con el bombardeo sostenido que lanzan los alfiles de cada postulante contra los rivales de su jefe, y que gira casi invariablemente en torno a asuntos que tienen que ver con la persona misma y no con sus ideas o sus propuestas. Una circunstancia, hay que decirlo, que se ve favorecida también por el hecho de que estas últimas no abundan.
Es justo admitir asimismo que algunas de las materias puestas sobre el tapete de esta forma son importantes y merecen ser esclarecidas antes de que acudamos a las urnas. ¿Pero no es ese acaso un rol que ha venido ya desempeñando la prensa?
Lo más preocupante de todo, además, es que la campaña recién comienza. Tenemos todavía más de cuatro meses por delante antes de la primera vuelta y el festival de puñales que en los procesos anteriores se desataba sin control generalmente en las últimas semanas, ya está con nosotros. Y si esto es así en la primera ronda, es de imaginar lo que cabe esperar de la segunda, donde la confrontación es, por naturaleza, mucho más enconada.
Si los candidatos no empiezan pronto a lanzar propuestas (que sean algo más que una lista inconexa de buenos deseos), los comicios a los que nos asomamos podrían acabar siendo la peor versión de la reyerta a la que los políticos que buscan alcanzar cada cinco años la jefatura de Estado nos tienen acostumbrados. Las exposiciones que varios de ellos tendrán a su cargo este viernes en CADE Ejecutivos, que se celebra en Paracas, sin embargo, brindan una buena oportunidad de ahuyentar tan aciagos presagios.