La segunda vuelta no es un proceso de definiciones políticas que compromete solo a los dos candidatos que continúan compitiendo por acceder a la presidencia o a sus partidos. También los postulantes que quedaron fuera de carrera tras la votación del 11 de abril tienen responsabilidades que no deberían eludir. En la medida en que representaron a determinados sectores ciudadanos en la primera etapa de la contienda les corresponde, efectivamente, velar por lo que suceda con los intereses y valores de tales sectores en la segunda.
Algunos de ellos, sin embargo, dolidos por las noticias que les trajo el conteo de votos o temerosos de perjudicarse si se involucran demasiado en el respaldo o rechazo a las posiciones de los dos aspirantes todavía en liza, prefieren ignorar las demandas que la situación les plantea. No se trata, por cierto, de que forzosamente endosen una candidatura o la otra, sino de que señalen los riesgos que cada una de ellas entraña para orientar de esa manera a quienes confiaron en ellos en la primera vuelta. En eso consiste precisamente la tarea de un líder político: en liderar.
En ese sentido, el eventual respaldo a una de las dos opciones en disputa debería ser para los excandidatos un corolario y no una premisa. Lamentablemente, lo que estamos viendo en una mayoría de casos no se ajusta a esa descripción. O bien el endose se ha producido de manera sumaria y sin acompañarlo luego de una crítica a los asuntos en los que los votantes del expostulante que lo ha otorgado podrían sentirse defraudados; o bien la imposibilidad de renunciar al protagonismo alcanzado en la primera parte de la campaña se convierte en un obstáculo para que el expostulante ejerza eficazmente la crítica o el apoyo, según dicte la coherencia con las líneas generales de lo que le ofreció al país mientras era uno de los participantes del proceso.
Verónika Mendoza es de hecho un buen ejemplo de lo primero, mientras que Hernando de Soto lo es de lo segundo.
La excandidata presidencial de Juntos por el Perú, como se sabe, anunció muy rápidamente que ella y la organización política que la postuló apoyarán en esta segunda vuelta a Pedro Castillo: una consecuencia previsible de la sintonía que guarda con los planes estatistas de Perú Libre y su simpatía por los regímenes totalitarios del continente. Frente a los anuncios de “desactivación” de la Defensoría del Pueblo o la ATU, o de intervención en la labor que viene llevando adelante la Sunedu, no obstante, Verónika Mendoza no ha dicho nada. ¿Debemos entender que está conforme con los planes de Castillo al respecto, o que sencillamente prefiere callar para no afectar las chances de la izquierda el 6 de junio?
Hernando de Soto, por otro lado, luce más interesado en tener un rol estelar en la segunda vuelta que en ayudar a sus antiguos adherentes a decidir qué hacer ahora con su voto. “Estoy proponiendo a la candidata Fujimori una fórmula para que su propuesta sea inclusiva y no mercantilista y al candidato Castillo, otra fórmula para que no se politice la economía dentro de un régimen comunista”, ha escrito en un comunicado divulgado ayer. ¿Debemos entender acaso que solo el que le dé la razón obtendrá la gracia de su voto?
En los predios de Avanza País, mientras tanto, parece existir la impresión de que las urgencias son otras, pues la mayoría de los congresistas elegidos en sus listas ya anunció que votará “contra el comunismo” y el canciller Francisco Tudela, hasta hace poco miembro de su “gabinete en la sombra”, se ha alejado del proyecto político conjunto argumentando que “en esta hora decisiva no se puede ser indeciso o esperar a ver quién gana”.
Una severa llamada de atención, en fin, para quien, al igual que la señora Mendoza, parecería estar dispuesto a actuar como un convidado de piedra en esta segunda vuelta… a menos que le concedan el centro del escenario.
Todo indica que el desencanto de los ciudadanos con sus líderes políticos tiene una explicación fácil, pero una difícil solución.
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