Editorial El Comercio

Este domingo se celebró en la primera vuelta de las elecciones presidenciales y el resultado ha sido sorpresivo. La sorpresa, sin embargo, ha sido solo relativa, pues desde antes de la votación era claro que habría una segunda vuelta y quiénes pasarían a ella. Lo que los sondeos no sugerían, en cambio, es que quien tendría una mejor performance en las ánforas sería el candidato kirchnerista , y que su ventaja sobre el postulante de La Libertad Avanza,, sería considerable.

El aspirante oficialista a la presidencia, como se sabe, ha alcanzado el 36,68% de los sufragios, mientras que el retador de oposición, solo el 29,98%. Entre tanto, la candidata de Juntos por el Cambio, Patricia Bullrich, cercana al expresidente Mauricio Macri, debió contentarse con arañar algo menos del 24% del respaldo ciudadano. Ahora Massa y Milei deberán dirimir prioridades en el balotaje, que tendrá lugar el 19 de noviembre, en un mano a mano de pronóstico reservado.

La gran pregunta que este cuadro suscita, desde luego, es cómo así más de un tercio de los electores argentinos ha podido inclinarse por quien representa lo peor de la deplorable gestión económica del kirchnerismo en el poder. Como ministro de Economía del actual gobierno, Massa es responsable de una inflación anualizada de 140%, así como del escalamiento de la pobreza hasta el 40% en el país sureño, por mencionar solo sus ‘logros’ más saltantes. A decir de muchos analistas, el factor que más ha pesado en este resultado ha sido el temor. Un sentimiento al que ha contribuido tanto la predilección de Milei por el discurso destemplado como la propaganda desplegada por el peronismo acerca de lo que significaría su acceso a la Casa Rosada.

El postulante de La Libertad Avanza, efectivamente, ha hecho ofertas que pueden sonar tremendistas al oído del argentino medio y no ha desdeñado el insulto a la hora de confrontar a la clase política tradicional. Un recurso eficaz si lo que se quiere es llamar la atención, pero torpe si se busca ganar la adhesión de los indecisos, que en los procesos electorales muy reñidos resultan determinantes. Sus ataques al Vaticano, por otro lado, tampoco han de haberle procurado apoyos multitudinarios. La circunstancia de que Milei no haya aumentado su porcentaje de votos (29,86%) desde las PASO (elecciones primarias abiertas, simultáneas y obligatorias), celebradas en agosto de este año, es elocuente al respecto.

El oficialismo, por su parte, no ha dudado en explotar el miedo que pueden generar en una población largamente dependiente de las subvenciones y las colocaciones en la burocracia estatal, las promesas de acabar con lo primero y reducir de manera sustancial lo segundo. Y si a eso le añadimos los gestos demagógicos –e inflacionarios– de conceder bonos para los desempleados e informales, otorgar refuerzos monetarios para los jubilados y postergar el aumento de las tarifas de la energía y el transporte (todos posibles gracias al control de los dineros públicos), nadie puede sorprenderse demasiado de que el aspirante gobiernista haya aumentado, en ese mismo intervalo, su respaldo en más de 15 puntos porcentuales (en las PASO, obtuvo un magro 21,43%). El tercio del electorado argentino al que antes nos referíamos ha optado, por lo que parece, por aquello a lo que popularmente se alude con aquello de que más vale malo conocido que bueno por conocer…

La segunda vuelta, por supuesto, puede cambiar ese escenario. Si los votantes de Bullrich y de Juan Schiaretti de Hacemos por Nuestro País (7%) se inclinan por cerrarle el paso al continuismo kirchnerista, Milei podría todavía alzarse con el triunfo, aunque es importante mencionar que la argamasa que unió a la candidatura de Bullrich es frágil, por lo que las divisiones internas podrían aparecer más temprano que tarde, complicando las opciones de Milei. Incluso si esto le costara la victoria, le tocará a él lamentar sus propios errores antes que buscar las causas de su derrota en el comportamiento de otros, por necio o taimado que este hubiese sido.

Nosotros los peruanos, mientras tanto, debemos observar lo que ocurre en Argentina y extraer útiles lecciones.

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