En los últimos meses, hemos sido testigos de cómo la presencia de ciudadanos de origen venezolano ha activado entre la ciudadanía cierto nacionalismo anacrónico y tóxico. No son infrecuentes los casos en los que peruanos cargan contra el conjunto de migrantes que llegan hasta nuestro país huyendo del infierno en el que se ha convertido el suyo.
Creemos que esta actitud olvida que los migrantes venezolanos –a los que la ONU ha calificado oficialmente como “refugiados” por la crisis humanitaria que azota su país de origen– no atraviesan las fronteras nacionales porque les apetezca, sino porque en muchas ocasiones es la única opción que les queda para preservar la oportunidad de vivir de manera digna.
Venezuela es un terreno al que la tiranía chavista ha transformado en un páramo invivible. Además de una precaria situación económica y de la supresión de libertades políticas, el país caribeño atraviesa una crítica escasez de alimentos y medicinas. Según un estudio realizado por universidades privadas, hoy 9 de cada 10 venezolanos no puede costear su alimentación diaria. Un 64% afirma que ha perdido 11 kilos de peso en el último año y hay alrededor de 8,2 millones de ciudadanos que ingieren dos o menos comidas al día.
Las cifras de la salud son igual de escalofriantes. Según el Observatorio Venezolano de Salud, el país lidera la tasa de mortalidad infantil y materna en toda la región (por cada 1.000 nacimientos mueren 20 niños y una madre). Además, una encuesta de una ONG local halló en marzo una escasez del 88% de medicamentos en los hospitales venezolanos. La Federación Farmacéutica Venezolana estima que el desabastecimiento en las farmacias del país alcanza el 90% para los fármacos de alto costo que son cruciales para tratar enfermedades graves, como el cáncer, el VIH y la hemofilia.
Es de esa realidad de sufrimiento y de muerte –agravada por la acción de un Estado represor sobre el que pesan serias denuncias por violación de derechos humanos– de la que escapan los venezolanos hoy.
Los temores que han exhibido algunos sectores de la ciudadanía local se amparan en afirmaciones que no tienen un piso real. Es falsa, por ejemplo, la idea de que los migrantes están quitando masivamente puestos de trabajo a los nacionales. Según declaró a finales de mayo el canciller Néstor Popolizio, los venezolanos que han llegado al país representan apenas el 1,2% de la PEA (población económicamente activa). Este miedo irracional al desplazamiento de empleos, además, parece basarse en la falacia del trabajo finito, cuando en realidad la cantidad de empleos no es una variable fija, sino que va creciendo conforme la economía se ensancha. Y nunca está de más recordar que los problemas principales de empleo en el país responden más bien a temas de informalidad y de normas laborales inflexibles, no de migrantes.
Es falso también que los venezolanos vayan a tener injerencia masiva en la política, como han difundido con alarmismo algunas voces. Según ha explicado el Reniec esta semana, tan solo un venezolano está habilitado para votar en los comicios de octubre. Y en cuanto al mito de que la actual migración desatará una ola de inseguridad ciudadana, hay que subrayar que el Perú es desde hace bastante un terreno con tasas preocupantes de criminalidad por esfuerzo propio, y que cualquier criminal, independientemente de su procedencia, tiene que ser juzgado por sus acciones individuales. Criminalizar a las personas por su origen es un rasgo de los países fascistas, no de una democracia con un Estado de derecho como la nuestra.
Lo que en realidad parece subyacer a estos reclamos es ese instinto tribal prehistórico, que alimenta a las ideologías chauvinistas y que lleva a creer que los integrantes de una nación ostentan un nivel superior al de otros por el solo hecho de haber nacido en un determinado territorio.
La verdad es que las migraciones, a través de la historia, han demostrado ser tremendamente beneficiosas para los países receptores en cuanto a crecimiento económico, interculturalidad y generación de oportunidades. Instituciones como el Banco Mundial o el ICE (Información Comercial Española) dan cuenta de sus efectos benignos para las economías de destino.
Por encima de todo, acoger a los venezolanos constituye, en esencia, un acto básico de solidaridad y empatía. Y un recuerdo de que la condición humana se erige siempre por encima de cualquier bandera.