Las palabras no son suficiente para expresar lo emocionados que estamos por la histórica jornada de lucha del pasado jueves. La juventud en pleno salió a rechazar el intento gobiernista de precarizar el trabajo de aquellos menores de 25 años, dando un claro mensaje de dignidad y valentía.
Solo podemos imaginar la alegría que debieron sentir esos jóvenes al día siguiente de la marcha: se habían hecho oír y respetar. No importa que con sus cachuelos actuales no lleguen al sueldo mínimo, que sus convenios de prácticas señalen la mitad de horas que realmente trabajan, que sus cuentas de haberes no conozcan del concepto de gratificación, o que sus “vacaciones” sean ya de cuatro meses porque no consiguen empleo. ¡Esos son solo detalles! Lo realmente importante es que el gobierno derogue esta ley que les reducía sus sacrosantos derechos laborales.
No faltará quienes quieran dárselas de eruditos señalando que actualmente, sin la ley, ocho de cada diez jóvenes no tienen derecho laboral alguno. ¡Aguafiestas! Puede que los jóvenes no puedan ver los derechos laborales o explicar su existencia, pero lo importante es que confían en que están ahí y sueñan con que algún día disfrutarán de ellos. En un mundo ahogado por el escepticismo y la desilusión, ¿quiénes somos nosotros para arrancarles tan inusual y refrescante fe?