La tradición de renegociar los contratos, de incumplirlos o de patear el tablero con justificaciones populistas es una característica de los países perdedores.
No se confunda. Todos, de cuando en cuando, renegociamos lo que acordamos. Nuestras preferencias o las condiciones que sustentaron un acuerdo pueden cambiar dañando a ambos o a alguno de los involucrados. En esos casos, se vuelve a pactar las cosas en función a las palabras empeñadas. Es decir, al ajuste, mantenimiento o quiebre del acuerdo asumiendo cada quien sus perjuicios.
Por ejemplo, si alquila un local en Gamarra a un precio inusualmente bajo, su contrato es un activo valioso y bendecirá al negociador por los parabienes de ese pacto. En cambio, si usted fue el arrendador que alquiló el local a un precio risible, resultará lógico que busque salir o alterar el acuerdo.
Eso sí, de querer modificar el acuerdo, resulta poco aconsejable que, si tiene muchos alquileres paralizados y además ha registrado un largo prontuario de incumplimientos, se exalte y espante a los ilusos que aún deseen hacer negocios con usted. De hecho, deberá reconocer que le pagarán menos (por el riesgo comprobado que usted implica) y que, además, le pedirán condiciones especiales y candados para no caer en la lista de ilusos que perdieron dinero por su culpa.
Sí, esta figura grafica una parte significativa del prontuario del Estado Peruano como regente soberano de nuestra plaza de negocios. Sobre todo lo expresado, y evitando distraerlos con decenas de ejemplos, es crucial agregar que, en este mundo, han concurrido tres planos: la falta de visión (la demagogia), el déficit de una burocracia respetable y el inefable conflicto agente-principal.
Una revisión de los contratos renegociados por la burocracia peruana muestra que no pocas veces se renegocia careciendo de visión de largo plazo (ofreciendo servicios y tarifas mágicas). Lo curioso aquí es nuestra irracional creencia de que los próximos burócratas lo harán bien.
Otro hallazgo nos refiere a la calidad de las renegociaciones. Aquí, los recurrentes cambios en la regulación a las tarifas de la telefonía fija resultan un ícono.
Finalmente, está la recurrencia de episodios con evidentes cuadros de conflicto agente-principal (el agente representado por el burócrata estentóreo y el principal caracterizado por el pueblo en el largo plazo). Los pateadores del tablero siempre han pensado en los nietos. Los de ellos, no los nuestros. De hecho, lo reto a destacar algún caso de un renegociador de contratos de inversión que no tenga hoy nietos ricos. Así, las consecuencias económicas de nuestra candidez han sido siempre las mismas: desprestigio, deterioro institucional y pobreza.
Hoy frente a las ofertas de candidatos que nos ofrecen renegociar contratos estentóreamente desconfíe. Difícilmente lo harán bien. No miran más allá, ni tienen cuadros y, en muchos casos, ni les conviene.