Mientras más nos acerquemos a las elecciones del 2016, el calor de las discusiones políticas y económicas subirá. Para quienes aspiran a ser elegidos, está en juego la posibilidad de enriquecerse y quedarse con el título vitalicio de ex notable (ex congresista o ex presidente). Para quienes se ven obligados a votar, queda reabierto el reto de elegir al menos malo. Es decir, votar por alguien que nos gobierne mejor, nos entusiasme y no trate de hacer las barbaridades que la mayoría de nosotros desea (dado el tolerado deterioro de nuestra educación pública).
Aquí dos vocablos ocuparán un rol protagónico en las decisiones de los electores y en las campañas generales.
Empecemos con el vocablo ‘modelo’, término muy referido que cada quien define como le da la gana, pero que todos pueden contraponer entre su versión actual y alguna otra, dizque nueva.
Aunque el gobierno de hoy ha mantenido respeto por la estabilidad nominal, ha tenido una medrosa inclinación a la apertura comercial y una contradictoria pero incesante inclinación a inflar lo estatal, muchos de quienes se refieren a él lo hacen como un referente impoluto del modelo de libre mercado (lo que hubiera significado una casi nula intervención estatal, un manejo monetario impecable, un respeto claro a la propiedad privada y a quienes ahorran, invierten o hacen negocios). Como usted puede apreciar, esto no pasó en el país.
Ante este nivel de incoherencia, los pobladores de Macondo se suicidarían.
El otro término que usamos es ‘diagnóstico’. Los peruanos nos apasionamos hablando sobre ser lo que desafortunadamente no somos, pero si la discusión sobre el modelo (que no seguimos) tiene mucho de espejo, los diagnósticos utilizados son aun más sugerentes. Sueltos de huesos, consideramos que somos ricos –sin serlo– y que nuestros problemas centrales serían la desigualdad y la corrupción. Así, ignoran que siendo tan pobres (nuestros ingresos descontados tan reducidos), aunque nos gobernasen arcángeles igualitarios, probablemente la cosa se deterioraría. Entonces, ¿qué hacer?
Frente a esta realidad, y aunque muchos repitan que sería algo inútil, discutamos abiertamente sobre el modelo y los diagnósticos. Recordémoslo: la controversia descubre a los embaucadores y a los equivocados. Haciéndolo, resultará muy difícil esconder que en las últimas dos décadas hemos avanzado algo respecto al esquema cleptosocialista del velascato.
Y también que, en aras de convertirnos en una plaza abierta y competitiva, nos falta mucho, por destrabar y reformar.
En esta dirección será clave enfocar un detalle: para mejorar no sirve culpar a los precios externos ni contentarnos con un mediocre 3% anual. Hay que hacer todo lo necesario para crecer cada año a tasas mucho más elevadas y por décadas. Eso de que ya no podemos crecer más o que el crecimiento económico no basta solo es consuelo de tontos o un pretexto de vivazos.