(Foto: AFP)
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Ian Vásquez

Los dos gigantes latinoamericanos –México y Brasil– pronto estarán liderados por populistas. Uno es de izquierda –el mexicano – y el otro de derecha –el brasileño –. ¿Qué significa el regreso del populismo a la región?

En ambos casos, representa el rechazo al statu quo, a la impunidad y a la inseguridad. Tras años de crecimiento mediocre, escándalos de corrupción y una violencia que ha llegado a niveles récords, los mexicanos castigaron a los partidos tradicionales.

El caso brasileño es más dramático todavía. La izquierda colapsó en desgracia tras años de gobierno. La gestión del Partido de los Trabajadores (PT) culminó en la peor recesión y en el caso de corrupción más grande de la historia brasileña, con el ex presidente Lula da Silva en la cárcel y la destitución de la presidenta Dilma Rousseff. Los brasileños también rechazaron a los grandes partidos, que se vieron involucrados en la corrupción.

Tanto en Brasil como en México, la clase política no acepta la responsabilidad por el nuevo auge del populismo. El PT, por ejemplo, ha insistido en que es víctima de un “golpe de Estado” y que Lula es absolutamente inocente. En ese sentido, el fenómeno Bolsonaro es parecido a otros movimientos de derecha populista en otras partes del mundo que se nutren de la creciente distancia que sienten los ciudadanos con sus gobernantes.

El contrapeso regional que el gobierno de Bolsonaro hará a las dictaduras de izquierda será bienvenido y marcará una notable diferencia con el apoyo explícito que ofreció el PT a Cuba, Venezuela y a otros autoritarismos aliados. Por su nacionalismo de derecha, Brasil, bajo Bolsonaro, se acercará mucho más al Estados Unidos de Donald Trump.

Pero México seguirá siendo el país más importante para EE.UU. por el mero hecho de ser su vecino inmediato y por estar tan integrados económicamente. Será la primera vez que habrá dos populistas a ambos lados del río Bravo y, por ser nacionalistas, habrá cierta afinidad entre ellos. Respecto a los temas que más importan en la relación bilateral, sin embargo, habrá choques. Trump y AMLO difieren enormemente acerca de cómo tratar la migración mexicana, el narcotráfico y las relaciones interamericanas.

En el entorno de AMLO, por ejemplo, hay admiradores de los regímenes venezolano y cubano. Luego de ser condenado por México y un creciente número de países americanos, Nicolás Maduro ha sido invitado a la toma de poder de AMLO. Parece que México reemplazará a Brasil en cuanto al apoyo diplomático ofrecido a esas dictaduras. Mientras más choque Trump con AMLO, más se volverá AMLO un referente para la izquierda latinoamericana y más Bolsonaro para la derecha populista.

¿Qué podemos esperar de Bolsonaro y de AMLO? Ojalá ni lo peor que dicen sus opositores y probablemente ni lo mejor que aseveran sus simpatizantes. AMLO no es Hugo Chávez y no tiene los recursos para reproducir la experiencia chavista. Todavía puede causar mucho daño, pero será limitado por un México más abierto al mundo en el que los tratados comerciales y el propio mercado lo restringirán de alguna manera. Por otro lado, la retórica retrógrada de Bolsonaro respecto a las minorías, mujeres u homosexuales es despreciable y su promesa de aplicar mano dura en un país donde la policía ya comete demasiados crímenes es peligrosa.

A la misma vez, las reformas de mercado que dice apoyar Bolsonaro son necesarias. Pero no hay por qué pensar que está convencido de aplicarlas cuando ha sido crítico de ellas durante su paso de más de un cuarto de siglo por el Congreso. Hay que moderar las expectativas. La noche que ganó la elección, Bolsonaro mostró un libro del ultraconservador Olavo de Carvalho, crítico duro tanto del socialismo como del liberalismo.