La mácula que tiñe al Apra es del tipo indeleble. Sus dirigentes se la han ganado a pulso y ninguna promesa de renovación logra borrarla. Es un estigma que le atribuye una mezcla de deshonestidad con hipocresía. Una fama vestida de floro, maña e indecencia que los votantes valoraron con el 4,77% de preferencias en las últimas elecciones.
Ese número era suficiente para suscitar dolor de corazón y propósito de enmienda. La convicción de que más bajo no se puede ir y que en adelante o remamos todos o nos hundimos todos; que el pasado está pisado y que ahora vamos por más.
Pues bien, fueron por más. No pasaron ni 60 días de la instalación del nuevo Congreso para que se hiciera público que don Elías Nicolás Rodríguez Zavaleta, quien ya lleva diez años en el Parlamento, plagiaba los textos que adornaban sus proyectos de ley. Un pecadillo de un asesor desorientado que no se volvería a repetir.
Pero esta misma semana se ha conocido que aquello no era una excepción, sino la regla. En virtud de la cual cinco, seis o más iniciativas legislativas contenían similares ornamentos.
Su defensa ha sido la misma, pero mezclada con el descaro de decir que son cosas que firmaba sin leer. ¡Un congresista hablando de proyectos de ley! Y que no se haga una tormenta en un vaso de agua porque aquello era un asunto de “ética parlamentaria” y poco más.
A cuestionar su portafolio de valores ha salido don Jorge del Castillo, quien en su día lideró el famoso Plan Bicentenario del Apra, respecto del cual se estimó que un 30% era también plagio de artículos periodísticos, documentos del gobierno mexicano y planes de gobierno de otros países. De ese bochornoso “autogol” se anunciaron feroces puniciones que, cosas de la vida, no alcanzaron a nadie.
Para colmar el colmo, otros compañeros han salido a sugerir los terribles castigos que don Elías debe merecer. Como renunciar a la Mesa Directiva (cosa que ya ocurrió) o abstenerse de candidatear a la secretaría general del Apra. ¡Dios mío, qué penas tan severas!
¿Por qué los ciudadanos tendríamos que seguir pagándole sueldo, asesores, secretaria, auto y oficina a un congresista que demuestra escandalosa deshonestidad en la labor encomendada? La única penitencia posible debería ser su desafuero y la expulsión del partido.
Menos mal que el Perú es más grande que don Elías. Y para confirmarlo está Efraín Sotacuro Quispe, el corredor huancavelicano que acaba de ganar el cuarto puesto en la maratón paraolímpica de Río de Janeiro. Un héroe de 26 años que perdió los brazos en el 2008 y que desde entonces no ha parado de luchar, correr y seguir adelante.
Ya era monumental lo logrado por Efraín en la carrera, pero lo que trajo a Lima fue todavía más. Sollozando, dijo en el aeropuerto que estaba triste por haber obtenido “solo un cuarto lugar”. Y añadió apenado: “Pido disculpas al país, a mi entrenador, al equipo”.
Esa decencia ejemplar y esa modestia lo llenan a uno de alegría, en la misma semana en que la sinvergüencería vuelve a empañar a la clase política y al Congreso en particular.
Sotacuro es creyente, porque ha dicho que aunque a veces le dicen discapacitado, él sabe que Dios lo ha capacitado para ser un campeón. Una maravilla. Ojalá esa fe le alcance para interceder por todos sus compatriotas que no están a la altura de su peruanidad.