En tres semanas iniciaremos el proceso de baja al presidente Ollanta Humala. Como todo régimen que cierra su mandato, debe ser evaluado. No por aspectos coyunturales, sino por la inercia que ya despertó.
Con esta perspectiva, en términos económicos, su gestión fue un fracaso. Desde la campaña electoral del 2006, Humala ofrecía ideas tan torpes que permitían anticipar retrocesos. Sí, los Humala aceptaron diligentemente colaborar con la intentona de un régimen chavista (dizque moderado) en el Perú.
En materia económica, como todo gobierno de izquierda, no respetaron los derechos de propiedad (no solo en Conga o Tía María, sino en todo el país, tolerando una minería ilegal depredadora o tratando de usurpar las jubilaciones privadas desde la Superintendencia de Banca, Seguros y AFP).
Asimismo, bloquearon cuanto pudieron la libertad económica (con impuestos, regulaciones y trabas a todo nivel y de todo tipo). También inflaron el gasto estatal a rajatabla sin asignar presupuestos por resultados, ni despedir a ladrones e ineptos, hipotecándonos con obras elefantiásicas que mayoritariamente pagarán los más pobres. Finalmente, cerrarán su gestión en medio de acusaciones de corrupción.
El aludido fracaso humalista se grafica en el tránsito hacia un ambiente económico que ni reduce pobreza, ni recompone significativamente a la clase media. Su administración implica una inflación en alza que incumple continuamente su meta, con un dólar controlado, y una caída sostenida de la inversión privada y las exportaciones. Resultados todos conectados con errores de gestión.
Es cierto que los términos de intercambio se ajustaron moderadamente hacia abajo, pero usarlos como causa única del fracaso requiere un desconocimiento de las cifras.
Sí, también es cierto que algunos organismos y revistas han catalogado a Humala como exitoso y un ejemplo regional. Lo de exitoso se lo retirarán diplomáticamente en los próximos días (cuando ya no estén en el gobierno) y lo de ejemplo regional es posible que se mantenga un tiempo (dado lo mediocre de las gestiones sudamericanas recientes).
En medio del fracaso humalista llama la atención el desapego de la izquierda limeña. Hoy se burlan de todos etiquetando a su Frankenstein como un régimen de derecha. Se olvidan que desde diversos ministerios, superintendencias, Palacio de Gobierno y el Congreso, sus ideas y acciones rigieron el país.
Hoy, en medio de estas elecciones, tienen a su candidata amnésica y a un par de entusiastas (uno defenestrado a último minuto, otro principesco) y tratan de olvidar lo comprometidos que estuvieron con el humalismo. Lo que tal vez no olvidarán fue cómo los acotaron. La gestión de Humala no tuvo la confianza popular (como sí la tuvo el corrupto velascato o la irracional alianza Apra-Izquierda Unida). Esta vez, la gente no les toleró perpetuarse con un cambio constitucional, ni muchas otras torpezas.
Pero el fracaso humalista nos dejó regalitos: un aparato estatal desproporcionado y un visible retroceso económico quinquenal. No debemos olvidar que nosotros los elegimos (creyéndonos su balón de gas a 12 soles). Ojalá no caigamos de nuevo.