FRANCO GIUFFRA
Empresario
Gastón es un genio, un fenómeno. Junto con Vargas Llosa, es seguramente el peruano vivo más famoso, y con toda razón. La gente no lo quiere, lo adora. Como si fuera Messi o el padre Pío de Pietralcina.
Lo entiendo mejor en su faceta de empresario que convierte en oro todo lo que toca. Un innovador que supo correr la ola antes que nadie; y que juntó sus intuiciones con los recursos requeridos para crear empresas exitosas.
En el camino, ha demostrado ser además un maestro de la responsabilidad social, sintonizando con las necesidades e intereses de los grupos que rodean su actividad principal.
Gastón apoya a sus competidores porque con ello promueve su sector; enseña a cocinar porque le puede procurar futuros cocineros; desarrolla proveedores porque así mejora el abastecimiento de su industria. Todo lo cual contribuye a su capital personal. Pocos empresarios la tienen tan clara.
Menos entendible es el rol de gurú al que mucha gente quisiera llevarlo. Exactamente lo que Max Weber describiría como un “líder carismático”: alguien cuya autoridad se basa en la devoción que inspira la santidad, el heroísmo o el carácter ejemplar.
En esta dimensión se mezclan mensajes sobre el hombre y la vida, con visiones sobre el futuro de la gastronomía peruana. Algunos son pincelazos casi escatológicos sobre lo que aguarda a quienes labran el campo, cuidan a sus animales y cocinan con amor.
Tengo mis dudas sobre el impacto real de este movimiento gastronómico-espiritual. Como han sido también modestos los alcances del “Slow Food” y el “Kilómetro Cero” a escala internacional.
Por lo pronto, no he visto a los japoneses mejorar mayormente su economía, no obstante la universalidad de su cocina. Tampoco los italianos la han pasado muy bien a pesar de la pizza y de los tallarines.
Entre otras cosas, porque el mercado es ferozmente competitivo. Si el ají amarillo se vuelve famoso, lo van a cultivar en California, no en Mala. Lo debe saber el propio Gastón, cuya gasolina financiera viene en parte de fondos de inversión internacionales. Serán también los árabes los que pongan los restaurantes peruanos en Londres, como son mexicanos los chicos que cocinan en Nueva York la comida italiana.
No ayudan mucho a aterrizar las cosas las incursiones filosóficas de otros actores del mundo culinario. Como el chef que declaró hace poco que “ha llegado el momento de entender que el cebiche ya no es más un plato, sino un concepto”. O que la leche de tigre no es una receta, sino un sentimiento.
Es decir, la metafísica del lomo saltado. Como el arquitecto que diseña restaurantes y confiesa que su oficio le ha dado “una perspectiva única de la fenomenología de la experiencia culinaria que se da en sus contenedores”.
Finalmente, entiendo menos aún al Gastón candidato que le salvaría la vida a Acción Popular (AP). Me parece un papelón que algunos de los líderes de ese partido hayan salido alborotados a decir que se casarían con él, sin preguntarle la hora.
¿No les parece importante a estos políticos conocer qué piensa Gastón sobre minería, educación, el rol del Estado o la presión tributaria? Supongo que es mucho pedir para un partido que tiene un ideario tan vago como “el Perú como doctrina”.
Ojalá Gastón sobreviva a las tentaciones que lo alejan de su rol como empresario modelo, que es el plato que mejor sabe cocinar.