Loco calato, por Arturo Maldonado
Loco calato, por Arturo Maldonado
Arturo Maldonado

La violencia política en el Perú ha generado innumerables secuelas que el Estado se empeña en ningunear. Una es el deterioro de la salud mental en las zonas donde la magnitud del conflicto fue mayor. Este deterioro se observa indirectamente en la película “”, de Salvador del Solar. 

Otros se han referido a la calidad del filme y a la excelente interpretación de Magaly Solier, quien encarna a Celina. Aquí quiero hacer un apunte acerca del hijo del personaje de esta, que nos muestra los problemas de la .

Celina es una madre soltera que lucha por ganar algunos soles, intuimos, para ofrecerle a su hijo una mejor calidad de vida, dentro de las limitaciones de su condición mental. El hijo vive encerrado en un cuarto, escondido del mundo, quizá porque su madre debe trabajar todo el día o, en parte, por el estigma social asociado con este tipo de enfermedades. ¿Qué pasaría si Celina un día ya no puede encargarse física y económicamente de su hijo?

La situación del hijo de Celina contrasta con la realidad de un comandante en retiro, encarnado por Federico Luppi, quien sufre también un mal mental, el cual le ha hecho perder la memoria. Sin embargo, este personaje tiene los recursos para acceder a los cuidados necesarios para afrontar este deterioro de una manera digna, lo que incluye paseos al malecón dos veces por semana.

El contraste de la calidad de vida de estos personajes nos habla del destino de los pacientes mentales en el país. Quizá si una Celina real no pudiera velar por su hijo, el destino del pequeño sería un deterioro pronunciado o incluso la calle. Se convertiría en uno más de los tantos “locos calatos” que pululan por la ciudad. Asimismo, si una persona con recursos ya no quisiera o pudiera encargarse de un enfermo mental, lo podría internar en una institución privada. 

En la película, el tratamiento de quienes sufren trastornos mentales es privado. No hay una institución pública que pueda atender o acoger al hijo de Celina. Este es el drama que sufren muchos pacientes mentales en nuestro país, donde una mínima parte del presupuesto de salud se destina a la atención psiquiátrica y donde los especialistas y lugares de atención están centralizados en Lima. 

Hay un notorio abandono en las zonas donde la violencia política ha dejado heridas mentales profundas. No es casualidad que documentos elaborados por diversas instituciones, como la Defensoría del Pueblo, y especialistas mencionen los hechos de violencia política como un agravante del empeoramiento de la salud mental. Según el , en Ayacucho se encuentra una gran prevalencia de casos de depresión episódica y crónica y una gran proporción de estos ha tenido experiencias directas con la violencia política.

El estigma social asociado a los trastornos mentales sigue presente en sociedades como la nuestra, donde la broma fácil y el prejuicio hacia este tipo de pacientes son pan de cada día. En esas circunstancias, el Estado descuida a esta población, quizá una de las más vulnerables, e ignora una política de reparación de esta secuela del conflicto. Porque finalmente cada “loco calato” en la calle es otra prueba más de nuestro fracaso como sociedad.