Querido lector, le propongo un ejercicio. Al terminar de leer esta columna, cierre los ojos e imagine a Edwin Donayre como flamante ministro de Cultura, prometiendo eliminar con furia cualquier remanente terrorista en las artes peruanas. Donayre dirige la “Comisión Estatal contra el Libertinaje y el Odio” (C.E.L.O.), creada a iniciativa del legislador Carlos Tubino, presidente de la recientemente inaugurada “Comisión para el Recato y la Oración” (C.O.R.O), y de la nueva directora del Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social (LUM), Karina Calmet. Su primera tarea: rebautizar el museo.
¿No le gustó la imagen? Ahora haga un nuevo esfuerzo fantasioso y reemplace a Donayre por Rogelio Tucto (legislador del Frente Amplio que propuso hace poco indultar al senderista Abimael Guzmán). Suplante a Tubino por Justiniano “algunos miembros del MRTA eran presos políticos” Apaza. Y ubique en lugar de Calmet a María Elena Foronda, congresista que tenía como trabajadora de su despacho a la condenada por terrorismo Nancy Madrid.
He ido varias veces al LUM, he disfrutado su muestra permanente así como algunas exposiciones temporales y puestas en escena en su auditorio. Y me parece, además de una bajeza, una apología a la imbecilidad (Álvarez Rodrich, dixit) el alegato del congresista Donayre de que en el LUM se hace apología al terrorismo.
Pero lo que no puedo negar es que hay miles, tal vez cientos de miles, de personas que piensan como Donayre, Tubino o Calmet. Que creen que todos los terroristas debieron morir con una “bala en la nuca”, que ellos no tienen derechos humanos, que todos los miembros del Ejército Peruano hicieron lo que debían y que nunca torturaron, violaron o mataron inocentes, y que si lo hicieron, pues fue el “precio a pagar” por la pacificación.
¿Y sabe qué? Esas personas votan. Y algún día –no muy lejano, me temo– pueden colocar a Donayres o Tuctos en posiciones de mayor poder. A Tubinos y Apazas definiendo qué es ‘cultura’ y qué ‘apología’. A Calmets y Forondas construyendo y borrando la “memoria oficial” del país.
¿Quiere que el Estado promueva y defina la memoria y la cultura? Ok, pero sea consciente de los riesgos de darle un papel tan preponderante. Lo que hoy le parece sublime, mañana puede verse abominable. Algún día, el “pensamiento oficial” del Estado puede ser diametralmente opuesto al suyo. Hoy ya lo es para miles de personas. Seamos humildes al menos en reconocer eso.
El monopolio estatal (de lo que sea), a diferencia del privado, es mucho más difícil de combatir. No basta con la presión de consumidores ni esfuerzos de competidores. Si el Estado no quiere renunciar a su monopolio, pues simplemente lo conserva.
Y si hay un monopolio estatal que me asusta más que cualquier otro es el de las ideas. No porque no confíe en los profesionales, nobles y honestos que pueden querer servir al país, como los hay hoy en el Ministerio de Cultura y en el LUM; sino por las personas sesgadas, intolerantes y malintencionadas que algún día pueden ocupar esos puestos.
Quiero más museos de la memoria, más obras teatrales como “La Cautiva”, más muestras como las tablas de Sarhua y más películas como “La Casa Rosada”. Pero no quiero que dependan del Estado ni que su difusión esté en riesgo porque un funcionario cobarde los tilda de ‘apología’.