El plan nacional de infraestructura para la competitividad (PNIC) se erige sobre una doctrina, a nuestro entender, equivocada: la del cierre de brechas. Equivocada, en primer lugar, porque el cálculo de las brechas es eminentemente subjetivo, por no decir arbitrario. En segundo lugar, porque no da ninguna guía sobre cómo proceder a cerrarlas, una vez calculadas. Y, en tercer lugar, porque asume que las brechas hay que cerrarlas a cualquier costo.
Cuando comenzó a medirse la brecha de infraestructura, hace como 15 o 20 años, se comparaban los indicadores del Perú con los de Chile: el número de kilómetros de ferrocarril por cada 100 habitantes, por ejemplo. Pero esa comparación pasaba por alto las diferencias de ingresos, de geografía, de clima y otras que pueden afectar la demanda por los servicios que presta la infraestructura y la disposición a pagar por ellos. La medición que se ha hecho ahora es más sofisticada, pero nos deja una gran interrogante: ¿debemos compararnos con otros países de la región o con los de la OCDE?
Supongamos que podemos responder satisfactoriamente esa pregunta y ponernos de acuerdo en que nos faltan tantas conexiones de agua. ¿Dónde las ponemos? ¿Nivelamos primero a las provincias que están por debajo del promedio nacional o nos concentramos en las que están por encima, que son probablemente aquellas donde la capacidad económica asegura el pago del servicio, haciéndolo financieramente más sostenible? ¿Y si, en lugar de instalar más conexiones, nos enfocamos en mejorar la operación de la infraestructura que ya existe en algunos lugares, pero que solamente funciona cuatro horas al día?
Los criterios para priorizar las obras que plantea el PNIC van a sesgar políticamente la selección de proyectos. Uno de ellos es el “efecto multiplicador”, medido por el uso de cemento y acero y el número de trabajadores empleados en la construcción. Otro es el tamaño de la población beneficiada, que es casi como decir el número de votos.
No hay lamentablemente en el PNIC ningún criterio que relacione costos con beneficios, que es el problema central con la idea del cierre de brechas. Puede haber mucha gente en las proximidades de una nueva carretera, pero si no hay un tráfico mínimo, no vale la pena construirla. Una inversión de 6.120 millones de soles en corredores viales para fortalecer la cadena logística de la aceituna y la palta en el sur del país no nos va a hacer más competitivos, a menos que se necesite movilizar un volumen suficientemente grande de esos u otros productos. ¿Hay tanta gente que quiere ir a Ilo como para iniciar “vuelos masivos”, que justifiquen invertir parte de los 1.299 millones de soles asignados al tercer grupo de aeropuertos regionales en extender la pista de aterrizaje?
Una manera de mejorar el PNIC sería establecer criterios para valorizar los beneficios, que no necesariamente tienen que ver con la capacidad de pago de los usuarios. En el caso del agua, podría basarse en la incidencia de ciertas enfermedades en distintas ciudades o distritos. Con una noción de los beneficios, sabremos qué costos podemos incurrir. Eso es más fácil de hacer en unos proyectos que en otros, pero donde se pueda hacer ayudaría a separar la buena infraestructura de la mala, la que aumenta nuestro bienestar de la que simplemente derrocha recursos.