El Instituto Pantone acaba de elegir como el color oficial del 2018 el ultravioleta, al que han definido como dramáticamente provocador y pensativo. En el caso del presidente Kuczynski, se habría hecho una excepción para asignarle el “negro porvenir”, igualmente dramático y de aparición inmediata.
PPK está frito. Sea porque sus adversarios le den las gracias en las próximas horas por sus servicios prestados o sea porque sobreviva a la vacancia y se mantenga agónico en una presidencia asistida por respirador.
A esto ha llegado en razón de sus explicaciones inverosímiles y también por lo que Juan Carlos Tafur ha descrito con acierto como su permanente incapacidad política.
La última demostración de esta impericia ha sido su renuencia a presentar su dimisión. Una salida legalmente inatacable y políticamente sensata para propiciar una transición ordenada, en un contexto en donde todo ya le resulta adverso.
Mi impresión es que los defensores de mantenerlo en su puesto a toda costa son más enemigos del fujimorismo que amigos de PPK. Les hierve la sangre de solo pensar que la inescrupulosa mototaxi se pueda salir con la suya.
Pero el hecho de que los keikistas pudieran tener un plan desalmado para copar todas las instancias de poder y ejecutar sus abyectos objetivos no puede ser un atenuante para salvar al presidente. Decir que si cae PPK entra la mafia puede ser muy persuasivo, pero no es un argumento válido. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
Tampoco hay que tomar todo este asunto con solemne gravedad. En los regímenes parlamentaristas, los jefes de Gobierno entran y salen en cuestión de días. No estamos perdiendo al único mariscal que nos aseguraba la victoria en la guerra, ni al líder supremo que estaba llevando la patria a la tierra prometida.
Esta crisis pasará y, mientras se mantenga el orden constitucional, el vicepresidente Martín Vizcarra o Mercedes Aráoz pueden hacer un gobierno decente. Siempre con la restricción de no tener mayoría congresal. Incluso, sus posibilidades de tener más éxito no deben descartarse, porque ahora saben que para gobernar tienen que pactar y transar.
Y no mecer. Una habilidad en la que PPK destacaba. Nos meció a todos con el cuento del pasaporte estadounidense, en dos elecciones. Ya lo había devuelto; ya había iniciado el trámite; ya prácticamente estaba y no estaba. Nunca fue claro.
Nos meció igualmente con el indulto. La hora había llegado; resultaba inminente; dependía de un peritaje médico que iba a tomar meses. Llegó el final del año y no decidió nada. Y nos meció ahora con sus explicaciones sobre Odebrecht. Inoportunas, difíciles de tragar, cuando el agua ya le llegaba al cuello.
Ojalá el presidente sorprenda positivamente con su renuncia a último minuto. Ojalá no someta al país al trance desconocido de recurrir al Tribunal Constitucional o a instancias internacionales. Ojalá facilite una transición serena y ordenada que no complique las cosas.
Peruanos por el Kambio necesita empezar de nuevo. Reconocer la fuerza política del fujimorismo, intentar algún acuerdo de gobernabilidad con ellos, indultar seguramente a Alberto Fujimori y garantizar las condiciones para que el país pueda crecer.
No es lo que muchos hubiéramos querido, pero es lo que considero realista en las circunstancias actuales. Hay que pensar en la fórmula constitucionalmente válida que más rápidamente nos ponga en la senda del crecimiento. De lo contrario, el 2018 nos va a presentar un panorama color hormiga. No lo merecemos.