Mientras el ruido político aumenta hacia niveles altos, el panorama económico se va aclarando. Acusaciones de corrupción a los más altos estratos, caídas en las encuestas y paralizaciones mineras, todo esto más la bulla congresal y las bravuconadas del Ejecutivo nos deprimen.
Si bien no se eleva el índice de riesgo-país, el cuadro macroeconómico se presenta oscuro. Panorama tolerado con la perspectiva de que el gobierno humalista se va en 13 meses.
Aun alegrándonos por el inusual crecimiento de abril (4,2%), debemos reconocer que este implica un crecimiento anualizado que no supera el 2%. Muy lejos del casi 9% anual que recibió la actual administración.
Este saltito sucede pese a que las exportaciones y la inversión privada no dan luces de recuperación. El crecimiento anualizado de las exportaciones continúa reduciéndose, hasta 12% (cuatro puntos más de su ritmo anualizado de caída un año atrás). Ocurre lo mismo con la inversión privada, enfocada aquí como el crecimiento anualizado de las importaciones de bienes de capital, el cual decrece al 8%.
Entonces, ¿de dónde sale ese complaciente 4,2%? ¿Será un rebote estacional? ¿Un shock de oferta salvador? Como un semestre consecutivo de recuperación a este ritmo confirmaría esta hipótesis, mis amiguitos keynesianos juran que una farra fiscal ayudaría. Lamentablemente, dos detalles desbaratan esa proyección.
Primero, el gasto corriente no financiero del Gobierno Central ya está creciendo a un ritmo acelerado (13% año a año), ritmo mucho mayor al que crecen los impuestos, que ya está generando una brecha fiscal significativa.
Segundo, el problema parece ser otro. Mientras Australia registra una fase de auge exportador y el comercio internacional global persiste hacia arriba, el nivel de comercio internacional peruano ha pasado de crecer de un ritmo anualizado de 35% a contraerse en -10%. Un resultado que puede sonrojar a la parejita presidencial.
Nuestro comercio internacional se desploma en tiempos globales inciertos, pero nada malos. Con ello, el ritmo de crecimiento que reducía la pobreza parece ser cosa del pasado.
En este contexto, la izquierda culpa lo externo y trata de demoler la idea de que se esté trabando la inversión y hasta el desarrollo normal de las exportaciones y de los negocios. Siempre hemos trabado, repiten con ignorancia supina. Lo que no dicen es cuánta más plata tienen hoy para trabar ni cuánta nueva legislación se produce cada año.
El problema está en casa. En la ideología que nos gobierna, escondida como en los días del período militar de 1968 a 1980 o del gobierno de la alianza olvidada (Apra-Izquierda Unida).