CARLOS ADRIANZÉN
Decano de la Facultad de Economía de la UPC
El cierre oficial de las cifras del año pasado trae algunas noticias positivas. La inflación –al menos en Lima Metropolitana– cumple la meta inflacionaria con la que se ha comprometido el directorio del Banco Central de Reserva. Asimismo, el crecimiento del PBI bordea el 5% que la mayoría de los analistas esperaba (unos cuatro puntos porcentuales menos de los que llegamos a crecer el año pasado), mientras que la recaudación tributaria libre del impuesto a la renta crece cerca del 20% anualizado. Ritmo recaudatorio que le permite al gobierno central seguir gastando al mismo hiperactivo ritmo.
Pero el cierre del año trae también algunas noticias inquietantes. Ya no tenemos superávit en la balanza comercial (una reducción de las exportaciones tradicionales cercana al 17% anualizado nos dejó con un déficit anual de US$365 millones). Al mismo tiempo, el saldo más importante de nuestras cuentas externas, la balanza en la cuenta corriente, cierra el año con un hueco bastante feíto y cercano al 5% del PBI. Es decir, los peruanos cerramos el 2013 gastando US$10.169 millones más de lo que producimos.
Algunos se alegran de que este déficit haya sido financiado por la cuenta financiera privada, que recibió más de US$15.539. Sobre este desarrollo merece destacarse un hecho muy simple. Si queremos seguir gastando a este ritmo y no ingresar a una fase de pérdida de reservas internacionales, será necesario que muchas cosas cambien en el manejo económico nacional hacia un esquema amigo de la apertura y del mercado de modo creíble, no solo retórico.
Pero, si existe una hoy noticia que no debemos omitir, esta señala el modestísimo crecimiento de la inversión privada (3,4%). La inversión bruta fija privada crece muy por debajo de cualquier estimado serio de depreciación. Es decir, la cifra de inversión privada relevante –la inversión privada neta– ya tomó un valor negativo.
Esta situación nos lleva a una especial reflexión. La recesión tiene diversas definiciones. Algunos la definen como un cuadro de enfriamiento reflejado en al menos dos trimestres de crecimiento negativo del PBI. Otros, en cambio, señalan que el indicador de un cuadro de enfriamiento es la cifra de inversión privada neta de gastos de depreciación. Siguiendo este punto de vista, tendremos que reconocer que (aunque se vaporicen muchas ilusiones autocomplacientes) ya habríamos cerrado el año 2013 inmersos en un cuadro recesivo moderado.
¿Qué nos pasó? Nos ayudaría a reconocer que el impacto del enfriamiento global de estos tiempos quiso tocar la puerta y la encontró bien abierta. Nuestra pasividad nos ha hecho ciegos para entender que hemos, con diversas trabas, quebrado el motor que movió a la economía peruana en los últimos años: el círculo virtuoso entre la exportación y la inversión privada. Hemos creído que una timorata receta contra cíclica sería suficiente, pero estábamos equivocados.
Mantenernos creyentes en mágicas salidas fiscales y monetarias solo nos llevará a que pronto la otra forma de medir un cuadro recesivo se materialice también (o, lo que es lo mismo, que nos mantengamos con un crecimiento pitufo en lo que reste de la actual administración).
Nótelo bien: las cifras no nos dicen que ingresaremos en un período recesivo. Sino que bajo una definición exigente –no comercial– ya estaríamos en uno. Requerimos hoy un intenso tránsito a la apertura y a los mercados, aunque los chavistas locales dejen de comer caviar e ingresen en inmediato ataque de histeria.