Quienes creen que los homosexuales son una ocurrencia de los tiempos modernos están más que equivocados, ignoran la historia y al hacerlo dejan de lado la realidad. Desde que el mundo es mundo hay seres humanos que se sienten atraídos físicamente por personas de su mismo sexo. Antaño, en la isla de Lesbos, en Grecia y en Roma la bisexualidad y la homosexualidad no eran un asunto de esconderse, secreto, repudiado. Con la preponderancia del pensamiento cristiano en Occidente se instala en la moral diaria el repudio a la concupiscencia de la carne, dictado por el sexto mandamiento de la Iglesia Católica.
Ahí la homosexualidad es proscrita como práctica sexual, pero evidentemente no desapareció, se hizo pecaminosa. Clío nos enseña que Sócrates –quien nos dejó el concepto de democracia tan útil para la civilización– fue gay. No nos atreveríamos a llamarlo maricón, término peyorativo según diccionarios varios. Igualmente, fueron homosexuales notables Leonardo da Vinci, Shakespeare y tantos otros. Ironías de la vida, Johnny Weissmüller, actor que hizo de Tarzán, también era gay.
Asimismo, San Agustín, quien en sus apasionadas “Confesiones” escribe sobre su relación con un joven, sintiendo “que mi alma y la suya eran una sola alma dentro de dos cuerpos”. San Agustín ejerció la bisexualidad, pues tuvo un hijo, Adeodato. Por su posterior condena radical a la atracción de los cuerpos se lo conoce como ‘El Padre de la Culpa’.
La historia de la sexualidad en Occidente es compleja e interesante, pero no es motivo de las presentes líneas. Sí buscan desagraviar a tantos buenos amigos gays que uno tiene, y que no le hacen daño a nadie, por la tropelía de la que fueron objeto con la desaprobación de la llamada unión civil.
De un solo ‘votazo’ los dejaron sin derechos. Pagan impuestos, tienen DNI, eligen a presidentes y congresistas, pero por desvariadas sinrazones se los trata como ciudadanos de segundísima categoría. Se les dice de manera discriminatoria: como a mí (legislador o creyente cristiano) la relación afectiva que tienes me parece pecaminosa, pues cero derechos. Fuera de la Constitución, que se supone es para todos.
Estamos en el siglo XXI, computarizados todos, se puede optar por la maternidad sin contacto sexual, sin varón de por medio. También contratar a alguien para que geste a un niño que no lleva sus genes. Tenemos pornógrafos, pedófilos (muchos miembros de las iglesias), violadores, asesinos en serie. Vaya que vivimos en un mundo diverso y violento. Pero todo ello no escandaliza tanto como las personas gays.
En realidad, no es escándalo, sino odio, proscripción, descrédito contra quien no es como uno. Nótese que la iniciativa de unión civil evitó respetuosamente la palabra ‘matrimonio’, para que la propuesta no fuera urticante. Como si el matrimonio tuviera algo de purísimo e inmaculado cuando solo se trata de un contrato más.
Afortunadamente, la comunidad gay es bastante más organizada que la de los heterosexuales, pensemos nomás en el inmenso poder económico y político que tienen los gays en Estados Unidos. La adversidad les ha enseñado que tarde o temprano la realidad se impone. Y consideran que esto no es más que un traspié en el camino. El lado bueno es que ahora se habla con mayor naturalidad sobre esta opción sexual.