La buena fe, por Patricia del Río
La buena fe, por Patricia del Río
Patricia del Río

El libro “Mitad monjes, mitad soldados”, de los periodistas y Paola Ugaz, nos ha dejado a todos bastante indignados. Cuesta creer que con la excusa de servir al Señor personajes como el fundador del , Luis Fernando Figari, y su compañero Germán Doig hayan humillado, degradado y asustado a tanto chico confundido que creyó encontrar en esos métodos un camino a la santidad. Pero ahí están los testimonios irrefutables. Y ahí está, además, algo más difícil de enfrentar: que ese Dios sinónimo de castigo, humillación y miedo que algunos nos quieren imponer solo ha servido para dominar, para dañar.

Particularmente, no tengo una relación fácil con la religión en la que fui criada. Las palabras ‘pecado’, ‘culpa’ y ‘mandamientos’ acompañaron una formación que me resultaba ajena. Por años, sin embargo, he envidiado a los que tienen una fe inquebrantable como la de mi abuela Lucha, de 101 años, que cuando reza establece una verdadera conexión con Dios. O la devoción de mi mama Fela, que habla con el papa Francisco en un diálogo bastante más real de los que establezco yo en una tarde cualquiera. En estas maravillosas mujeres he pensado últimamente, porque el Dios que siguen, ese al que le rezan, no se parece en nada al que encontramos en el libro de Salinas y Ugaz.

A ellas y a su fe las he encontrado, más bien, en otro libro que estoy leyendo y disfrutando “Espero confiado en el Señor”, del padre . En él, Gastón plantea sus dudas, preguntas, respuestas e inquietudes de lo que ha sido su vida al servicio de Dios. “Las páginas que van a leer son una experiencia particular de alguien que quiere ser creyente y seguidor de Jesús en nuestro mundo de hoy. Son reflexiones orantes desde una experiencia concreta de una persona que no es modelo de nada”, anuncia quien en los últimos cincuenta años no ha hecho otra cosa que estar al lado de los pobres.

El padre Garatea, con prosa fácil, se pregunta qué espera Jesús de los hombres que lo siguen. En qué debe creer un católico. Quién es nuestro prójimo. Y estas reflexiones, que deben tener mucho sentido para los creyentes, tienen un valor especial para quienes andamos conflictuándonos con nuestra poca fe. Incluso para los que no creen en nada, porque se trata de un testimonio honesto de lo que significa una vida de servicio, de humildad y de mucho amor. Pero también, y ahí está la clave de sus páginas, es un testimonio de la duda, del miedo, de la rabia. Es un grito que se rebela contra quienes usan el nombre de Dios para defender privilegios o invisibilizar a los pobres.

Pero como suele pasar con libros escritos desde el corazón, resultan difíciles de reseñar. Dice Gastón Garatea que ha escrito esto para iniciar una conversación. No se trata de desatar polémicas ni hacer enojar a nadie. “Son reflexiones que no necesitan la aprobación de nadie. Si no gustan se cierra el libro y se acabó el problema”, advierte el padre. A mí la lectura me ha hecho recordar que creer en Dios, vivir de acuerdo con su prédica, es un reto que solo algunos comprenden cabalmente. Y sobre todo que esa dedicación tiene que ver más con la humildad y el amor, que con la disciplina y el temor. Lean a Gastón Garatea, aunque no crean en nada, y conversen con él. Acérquense a la vida de los que tienen la suerte de tener fe. Mucha fe. Verdadera fe.