Cada vez que un niñito desarrapado se acerca a pedirme unas monedas, lucho por no sentirme un desalmado cuando se las niego. Antes me era aun más difícil. Me tomó tiempo darme cuenta de que los verdaderos desalmados son quienes trafican con la culpa de los demás mientras condenan a un infante a adquirir la forma de un parásito en lugar de inculcarle los valores que construyen a un ser humano pleno.
Pero donde no me acompaña ningún arrepentimiento es cuando paso de largo frente a esos módulos que recolectan chompas y abrigos cuando se va a iniciar la temporada fría en la sierra de nuestro país. Incluso ahora, como ocurre cada año, ya empezaron a emitirse mensajes en nuestras ciudades para que seamos solidarios con nuestros compatriotas de las zonas alto andinas y les donemos ropa gruesa para librarlos de la helada muerte.
Una ingenuidad bien intencionada, la verdad.
El enemigo de los 500 niños y ancianos que morirán este año a causa del invierno andino no es la falta de frazadas o abrigos, sino sus propias casas. La enorme mayoría de viviendas precarias que se alzan a más de 4 mil metros sobre el mar son trampas mortales que, irónicamente, no atrapan el calor de las mañanas. Imagínese dormir sobre un suelo húmedo de tierra y bajo un techo que no está completamente cerrado mientras que afuera soplan vientos de hasta -15 grados y dígame si las chompitas que buenamente se recolectan no son como aspirinas frente a un ataque bacteriológico.
Afortunadamente existen soluciones de fondo, económicas e inteligentes, para este problema serio. Gracias al grupo impulsor Inversión en la Infancia pude conocer hace algunos meses dos proyectos estupendos (uno de la Universidad Católica y otro de la Universidad Nacional de Ingeniería) que con inversiones mínimas pueden transformar las casas de los altos páramos andinos en refugios más seguros. La idea detrás de estos proyectos implica acondicionar una pared especial que absorba el calor del día para almacenarlo al interior de cada casa. La reforma también contempla sellar los techos, además de sembrar en el piso un entramado de madera que aísle la frialdad del suelo. Una mejora adicional en la que inciden ambas iniciativas es la de cambiar las cocinas con leña al piso por fogones con ductos que envíen el humo negro al exterior para prevenir de mejor manera los males respiratorios. Los ingenieros responsables calculan que una casa intervenida de esta forma puede llegar a estar 10 grados más abrigada, lo cual puede significar la diferencia entre la vida y la muerte.
Por lo tanto, si es que usted pensaba hacer su buena labor de este invierno donando ropa, le recomiendo que haga algo más efectivo: escríbale al gobierno de su región y exíjale la mejora de sus casas altoandinas con esta tecnología tan simple. Que varias de estas regiones tengan guardado un dineral procedente de la minería y que no usen una mínima fracción en estos proyectos que mejoran y salvan vidas es, por decir lo menos, un crimen de gestión. Casi un acto desalmado.