En selvas densas como la amazónica los árboles más altos ocupan el primer lugar del podio en la competencia por alcanzar la luz solar. Sin embargo, muy a menudo, en la base de esos grandes árboles se apoyan especies de tallos delgados que buscan trepar por sus troncos para recibir su ración de luz, como los pequeños que suben a los hombros de sus padres para no perderse un espectáculo. Lo trágico para el árbol grande es que, con el tiempo, esas plantitas trepadoras terminan fortaleciéndose y engrosando sus tallos hasta que se constituyen en una estructura sólida, que estrangulan al árbol que abrazaban hasta que lo matan y ocupan su lugar.
Hay parásitos que parecen inofensivos y son hasta celebrados, y no estoy hablando solo del reino vegetal. Cierta vez leí que Lacan, el célebre psicoanalista francés, describía la relación entre la madre y el niño en su útero como parasitaria. Desde un estricto punto de vista biológico puede ser así. Pero desde un punto de vista imaginario, esa relación es una simbiosis que con el aporte cultural puede llegar a calificarse hasta de maravillosa. Siguiendo la ruta de Lacan, cuando ocurre el corte traumático del nacimiento, surge una demanda mutua entre la madre y el niño. La reunificación entre ambos ya es imposible, así que, después de esta expulsión del paraíso, a todo ser humano nos queda latiendo el primer deseo de todos: el deseo de ser deseado por nuestras madres. Y quién sabe si el eco de ese primer deseo, el de ser deseados, no nos acompañe a todos, agazapado, para manifestarse en cualquier momento.
Pasaré del nacimiento a la muerte con la naturalidad que merecen ambas caras de la moneda: en las últimas semanas han fallecido varias personalidades que han sido muy queridas en el Perú. Rafael Santa Cruz, su tía Victoria, Enrique Zileri y Gustavo Cerati, por solo hablar de cuatro.
Una de las experiencias más curiosas que ofrecen las redes sociales de Internet es que ahora podemos ver cómo nuestros conocidos expresan sus condolencias ante la muerte de los demás. Hay de todo, como de todo hay al hablar de sensibilidades. Están los sobrios, los desgarrados, los que se la dan de conocedores y los que pasan como ‘cool’. Pero en muchos de ellos, al menos entre la gran cantidad de amigos no reales que pueblan mi Facebook, se percibe las ganas de decir que conocieron a la celebridad, que alguna vez estuvieron con ella, que fueron rozados por su halo mágico. El deseo de ser admirado o –citando a Lacan– deseado.
Con esto no quiero decir que la pena expresada no sea genuina. Muchas son grandes y frondosas, como esos árboles amazónicos que conquistan la luz. Pero también habría que prestarle atención a ese deseo de alcanzar el brillo del muerto mientras nos trepamos a él. No porque sea un grave pecado, sino porque el quid de ser maduro radica en nuestro deseo de ser conscientes. Me incluyo en esa búsqueda: de haber tenido una foto con Cerati, lo más seguro es que la habría colgado en mi muro virtual.
* www.gustavorodriguez.pe