No sean intolerantes. Defiendo y respeto a ultranza el uso de cilicios. No es una perversión; es una práctica legítima de quienes se sienten, gracias a ello, en paz con sigo mismos. Quien insiste en que infligirse daño o autotortura es insano, lo invito a enredarse –no conmigo, paso- en una discusión bizantina sobre el nivel de dolor y sacrificio equivalentes que puede implicar llevar dietas, regímenes de ejercicio, hacerse piercings o usar ropa apretada. Bah.
Me gusta el concepto de ‘tolerancia activa’, que va un decidido paso más allá de la ‘tolerancia pasiva’. Si esta última implica solo una actitud perdonavidas de ‘te aguanto, porque soy liberal’; la primera te lleva a interesarte por el otro y abrazarlo para comprenderlo. Yo lo he hecho con gente del Opus Dei y los respeto.
El cilicio no me produce ningún escándalo, como tampoco me lo produce un deporte rudo, un ritual atávico o un juego sexual sadomasoquista. Los respeto y los tolero a todos. Quiero meterme en el pellejo de quienes los practican. Ahora mismo me provocaría ponerme un cilicio apretándome el brazo o la pierna, a ver qué onda; pero no tengo uno y no sé dónde comprarlo. Tampoco quiero que se interprete esto como algo forzado o una curiosidad morbosa, pues de esa forma también puedo faltar el respeto. Simplemente quiero mostrar empatía con el que no piensa igual que yo, a ver si conciliamos, o si logro convencerlo de morigerar su posición. ¿Tan difícil es entenderlo?
Ese es mi punto, amigos liberales. Si se mofan del uso del cilicio y les parece una perversión la práctica de la mortificación en un marco religioso; entonces pierden autoridad para exigir a los conservadores respeto a nuestros derechos sexuales y reproductivos. Deploro ver argumentos ya no solo intolerantes de palabra, sino incluyendo amenazas represivas como en un tuit del consitucionalista Omar Cairo, el sábado pasado, en el que se pregunta. “¿Una persona que se autoinflige dolor físico puede personificar a la nación? (art. 110 de la Constitución: El presidente de la república es el jefe del Estado y personifica a la nación)”. Ahorro la ruta de este razonamiento: O sea, si Rafael López Aliaga llegara a ser presidente, lo vaco por mortificarse las carnes.
Ya pues, déjense de retorcimientos. El argumento persuasivo en tiempos de polarización es este: Respeto tu religión, tu celibato y tus cilicios y no haré nada por impedir o penalizar su práctica. A cambio, tú déjate de discriminar mis preferencias sexuales, respeta mi derecho a decidir sobre mi cuerpo. No me mofaré de tus cilicios, tú no satanizarás mis píldoras ni mis condones.
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