Esto ha pasado antes, por Marco Sifuentes
Esto ha pasado antes, por Marco Sifuentes
Marco Sifuentes

Ese día nos reunieron a todos los practicantes en el Cono del Silencio y cerraron la puerta. “Hay que dejar algo muy claro”, nos dijeron, “si deciden quedarse, es posible que, en algún momento, tengamos todos que pasar a la clandestinidad”. Era la primera semana de junio del año 2000, Fujimori acababa de reelegirse (otra vez) y un grupo de chiquillos estudiantes de periodismo había sido convocado al Cesar’s Hotel, en Miraflores

El Cesar’s era un hotel fantasma, prácticamente vacío, otra víctima de la funesta recesión económica en la que caímos desde el 98. Se había convertido en el cuartel general de la resistencia democrática. Por allí desfilaban toledistas, pepecistas, andradistas, solidarios, izquierdistas y hasta –gulp– apristas. Para la prensa chicha, que solía referirse a todos ellos como maricones y/o choros, este tipo de coordinaciones era la demostración de que Alan García manipulaba todo desde París, donde se encontraba prófugo desde 1992.

Para mí, la prensa chicha era la demostración de que todo venía del SIN. Había un quiosco muy surtido en la esquina donde tomaba mi combi rumbo al colegio y, después, a la universidad. Todos los días, durante años, me pasaba un buen rato leyendo –mejor dicho, alucinando– las portadas de los periódicos. Todos los días. Durante años. Años. Puede ser que haya enloquecido un poquito desde entonces. Es que si te fijabas lo suficiente empezabas a ver la Matrix. 

El nivel de coordinación excrementicia de portada a portada era notable. Su caradurismo era, hay que decirlo, retorcidamente admirable. Las mentiras eran evidentes y no se tomaban la más mínima molestia en ocultarlo. Especialmente memorable fue el día en que mostraron como gran triunfo las declaraciones del narcotraficante ‘Vaticano’, con signos clamorosos de tortura, exculpando a Montesinos. Volví a casa, prendí la tele y era lo mismo. La tortura como victoria nacional. El tipo ni siquiera podía vocalizar bien Dac-tahr Mahn-tah-siiinoh.

En ese contexto no sonaba tan descabellado que enfrentarse a esta mafia, así sea como practicante sirvecafés, tuviera como consecuencia la clandestinidad. Después de todo, la reunión ocurría en el Cono del Silencio, llamado así, con saludable ironía pop, porque era el único ambiente del hotel en el que existía alguna garantía –gracias a un ‘gadget’ que parecía sacado de “Los cazafantasmas”– de no estar siendo chuponeados. Los que nos quedamos vimos a agentes del SIN reconocidos en plena infiltración, ataques cibernéticos, armas, granadas, generales, explosiones en el Banco de la Nación. Llegó un punto en que todo era demasiado. Ya mucho, ya. Era nuestra paranoia, seguro. Luego vinieron los ‘vladivideos’ y demostraron que nos habíamos quedado cortos.

El falseo de información, los tentáculos del narcotráfico, la maquinaria difamadora, los valores retorcidos. Todo eso está aquí, a la vuelta de la esquina. Y como hace 16 años, ni siquiera se están tomando la molestia de ocultarlo. Pero también hemos visto que, como entonces, tenemos jóvenes (y no tanto) dispuestos a pelear.