Hoy cumplimos 81 días en cuarentena, y por más esfuerzos que haya hecho el Gobierno, los peruanos siguen ahogándose en los pasillos y puertas de los hospitales o agonizando en sus propias casas. A la falta de camas ahora se le suma la falta de oxígeno y cada semana nos sentamos a esperar cuál será el próximo factor sorpresa que mande los esfuerzos por detener el coronavirus al traste.
En este último tramo de la cuarentena, por ejemplo, está siendo imposible contener el comercio ambulatorio. La Victoria, el Cercado de Lima, las inmediaciones de los mercados se están convirtiendo, nuevamente, en el espacio natural de los que no tienen nada. En el mall de los que no recibieron bono, de los que no califican para los beneficios de Reactiva Perú. Una mujer corre despavorida con una inmensa bolsa llena de polos, mientras grita “mis hijos se mueren de hambre”, a otro le arrebatan las zapatillas que vende y llora “estoy trabajando, ¿quieres que robe?”. Imposible asistir a este terrible espectáculo sin que a uno se le ponga la piel de gallina. A la cuarentena no la está venciendo la desobediencia, se la está cargando el hambre.
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Las personas ya salieron a la calle a ganarse la vida, pero a partir del 30 de junio la avalancha de peruanos desesperados y desempleados será más grande aún. ¿Cuál es el plan de apertura para esa nueva normalidad que tenemos que vivir? ¿Dónde están los círculos en las veredas para asegurar el distanciamiento? ¿Y los lavamanos portátiles en cada esquina para que las personas se puedan asear? ¿Y las campañas sobre cómo salir de casa? ¿Las señales en los paraderos? ¿Las ciclovías? ¿Las bicicletas municipales para que todos puedan usarlas?
Cómo se supone que vamos a entrar en una nueva normalidad si nos vamos a encontrar con la misma ciudad diseñada para fomentar el caos. Ya les tiene que haber quedado claro al presidente y a los alcaldes que apelar a la conciencia de la gente no sirve de nada. Las viejas y malas costumbres no se erradican porque alguien lo sugiera en una conferencia de prensa. Se necesita un plan muy definido para lograr que las personas asuman las tres reglas básicas: distancia social, lavado de manos y uso de mascarillas.
En este momento hay miles de ciudadanos que no van a quedarse encerrados en su casa porque no tienen qué comer. Basta de perseguirlos; empecemos a aplicar con ellos las medidas fundamentales para sobrevivir al virus. En lugar de arrancharle la mercadería a la señora que vende medias, ubíquenla en un lugar apropiado, oblíguenla a usar mascarilla y a ponérsela bien, vigilen que trabaje a la distancia apropiada de sus compañeros y sus clientes. Eduquemos, no reprimamos; de lo contrario cuando salgamos todo será un desmadre, y este larguísimo esfuerzo de confinamiento no habrá valido la pena.