El debate académico del economista se desborda, invade la palestra política y se vuelve más retórico. Las contiendas político-religiosas de antaño, entre izquierda y derecha, tenían la ventaja de distraer la a los políticos de los pormenores de la gestión. Pero hemos pasado de las guerras santas a una época más prosaica. El candidato, necesitado de una forma de identificarse, levanta banderas referidas a detalles de la gestión económica, como el diseño de obras específicas, los planes de pensión, el nivel del IGV, y el déficit fiscal, tomas de posición que confunden el análisis técnico con medias verdades, datos no verificados, y una engañosa imagen de precisión.
Para disciplinar el debate, sugiero resucitar el concepto de un Índice de Palabras Prohibidas. A continuación, tres ejemplos.
“Genera empleo”. Seductora justificación para cualquier cosa. Favorita de políticos y de empresarios dedicados a promover algún proyecto o actividad. Irrefutable porque no estamos en la era de los robots, y astuto porque sugiere una motivación social adicional a la económica. Difícil entonces plantear dudas tales como, ¿a qué costo? ¿ qué otros proyectos u objetivos podrían financiarse con esos fondos? La imagen escondida es la de una gran población esperando sentada la llegada de una oportunidad de trabajo. La imagen es falsa. A ningún campesino le falta en qué ocuparse productivamente y según el INEI en las ciudades sólo dos por ciento de los adultos mayores de 24 años están desocupados. Esta cifra es más alta sólo para los más jóvenes, pero se debe a su muy alta tasa de rotación y movimiento residencial pues transitan mucho entre escuela y trabajo y experimentan con diferentes trabajos. El poco desempleo se refleja en el salto producido en los jornales en las áreas rurales durante los últimos años. En vez de hablar del empleo creado, deberíamos hablar del ingreso neto generado.
“Valor agregado”. Otra frase favorita de los que buscan promover ciertas actividades. Según este argumento, las industrias manufactureras tendrían mayor valor agregado que la agricultura o minería. El argumento confunde totalmente el significado del término. En el lenguaje del economista, valor agregado se refiere a la diferencia entre el valor producido y el valor de los materiales usados. En esa definición, el valor agregado de la agricultura y de la minería superan largamente el de la manufactura porque usan pocos materiales o insumos producidos por otras actividades. En este caso no se trata de una media verdad sino de un error total. Lo que quizás es una ventaja de la manufactura es precisamente el hecho de tener más interconexión con otras actividades, o sea, menos valor agregado.
“Inclusión”, trátese de inclusión financiera, de personas “sin agua”, o de otras carencias. Se parte de la imagen de una falta absoluta. Pero el ser humano no sobrevive más de cinco días sin agua por lo que es evidente que no se trata de una carencia absoluta sino relativa. Lo mismo sucede con el acceso financiero, que siempre existe en cualquier sociedad, pero muchas veces es informal. Tampoco se pasa de la noche al día con la simple llegada de un banco, si ese banco cobra tasas de interés leoninas. “Inclusión” crea la idea de una carencia absoluta y dirige la mirada a soluciones radicales - un proyecto de agua potable, la llegada de un banco - en vez de soluciones parciales, cualitativas, menos costosas y más factibles de ser multiplicadas.
Debemos ser conscientes que la retórica política seguirá distorsionando el lenguaje. Por eso, la vigilancia lingüística es parte necesaria del esfuerzo para asegurar la calidad de la gestión económica.