Fernando Vivas

Todos los políticos creen en las encuestas, aunque digan lo contrario. Este Gobierno les tiene gran estima: registraron su triunfo ajustado, muestran que su aprobación es más alta que la del , le dicen cuáles son sus puntos fuerte y flacos con más precisión y autoridad que los asesores.

Hay un punto fuerte que el entorno castillista ha sabido leer a su provecho. Es fácil notarlo porque es la diferencia más grande que hay en la comparación de la aprobación presidencial por segmentos. O sea, es la mayor polarización provocada por la invocación del nombre de Pedro Castillo, por lo que, si creen que les conviene alentarla, les será fácil hacerlo. ¿De qué polos hablo? De versus el mundo rural. Solo para citar la última encuesta disponible, la del IEP, publicada el fin de semana pasado, solo un 8% de Lima aprueba al presidente versus el 30% del Perú rural (y el 23% en el Perú urbano, exceptuando a Lima). Un polo difiere entre tres y cuatro veces respecto del otro. La polarización más clásica y cercana, aquella entre niveles socioeconómicos, es menor: solo el 11% del A/B lo aprueba y el 25% del D/E; o sea, algo más del doble.

Si tenemos en cuenta que Lima representa aproximadamente al tercio del electorado, ¿le conviene al presidente alentar el rechazo del resto del país hacia el centralismo? Para un gobierno de corto alcance y sin respeto institucional, por supuesto que sí. Y lo está haciendo. Les pongo un ejemplo: los llamados consejos de ministros descentralizados (CMD), eficaces o no para atender agendas locales, avivan esa idea de que el Gobierno Central tiene que pagar la deuda interna por haberse establecido en Lima.

El mayor capital político de Pedro Castillo sigue siendo la pasiva y silvestre capacidad de representación que le da su biografía de maestro rural. Pues, a veces, la explota un poco, como en los CMD y, por ejemplo, el lunes, al viajar a Huancavelica en lugar de declarar ante la Comisión de Fiscalización. El mensaje fue pura narrativa antilimeña: “no voy a perder el tiempo con las intrigas de estos congresistas afincados en Lima e iré a hacer mi trabajo allí donde el Estado tiene deudas pendientes”.

La identificación del Congreso con la capital, a pesar de que el 70% de parlamentarios representa a regiones ajenas a Lima y Callao, se ha ahondado por la presidencia de María del Carmen Alva y por la mayor exposición mediática que en los medios de alcance nacional tienen ciertos congresistas limeños. Frente a esa narrativa oficialista, el Congreso tendrá que ingeniarse para afirmar su mayoría regional. El origen regional debiera ser un criterio importante para elegir al que presida la próxima Mesa Directiva. Y los políticos limeños que se dejen de dar pie, pues, para ser usados de ‘punching bags’ por las regiones.

Fernando Vivas es columnista, cronista y redactor