No tan machos, por Rolando Arellano
No tan machos, por Rolando Arellano
Rolando Arellano C.

En las recientes protestas contra el abuso a la mujer, las leyes homofóbicas y la píldora del día siguiente, algunos han culpado al machismo latino como fuente de los problemas. Grave error, pues la sociedad en América Latina es menos machista de lo que suponemos.

Así, el símbolo máximo del macho (del italiano ‘mascio’, masculino) es el charro mexicano, representado en el cine de antes como borracho, peleador y mujeriego. Sin embargo, aunque exageraban la masculinidad y marcaban la distancia con la mujer, no eran tan machistas como parecía. ¿Pegarle a una mujer? Nunca; eso hacían los malos (a quienes el macho castigaba). ¿Y sus canciones? La mayoría son de sufrimiento por la novia que se va y que no se ha ido, o que solo quiso quedarse cuando vio su tristeza, aunque dijeran que seguían ‘siendo el rey’.

Ciertamente, en el trabajo la mujer está menos reconocida en esta región que en muchos países desarrollados, pero lo es infinitamente más que en toda Asia, Japón incluido. Y en poder político, congresistas y gobernantes, la mujer latina está lejos de Europa pero muy por encima de Estados Unidos. Así, mientras Hillary Clinton es la primera candidata en la historia de ese país, en América Latina hay muchas presidentas electas (además del poder detrás del sillón, tan comentado en el Perú recientemente). Y en casi todos los hogares, incluso el de las mamás conservadoras (ese estilo de vida cada vez más escaso de la madre que se queda en casa), la mujer tiene más decisión sobre el gasto y las actividades de la familia que su esposo aún llamado “jefe del hogar”. Pregunte a sus vecinos. 

¿Pero, la homofobia? Si el charro es el arquetipo del macho, su templo máximo es el famoso bar Tenampa de la plaza Garibaldi, en Ciudad de México. Pintado en la pared, junto a José Alfredo Jiménez, Pedro Infante, Javier Solís y otros pocos ídolos, hace más de tres décadas vi ya el retrato de un joven Juan Gabriel, artista muy lejano al estereotipo del macho. Que las señoras lo adoren por cantarle a la madre o que los hombres lo escuchen a escondidas, se explica. ¿Pero pintarlo en el Tenampa, el templo de los charros, y hacerle además una estatua en Garibaldi? Sí, porque el genio aquí puede más que cualquier prejuicio y porque los latinos, que lloran la muerte del divo, somos menos machistas de lo que se dice.

En fin, pensar que es el “machismo latino” el que genera el abuso contra la mujer, la homofobia o la segregación, nos lleva a verlos como problemas de hombres contra mujeres. Y como todo problema mal definido lleva a decisiones equivocadas, en la bastante matriarcal América Latina, verlos así nos hace desaprovechar la fuerza de que todos, hombres y mujeres, queremos luchar contra esas enfermedades sociales.