Algunos analistas dicen que el reciente crecimiento del Perú se debe exclusivamente a los altos precios de las materias primas que exportamos, y que con la baja de estos podríamos volver a los niveles de pobreza anterior, como pasó luego del auge del caucho, del guano y del salitre. Creemos que no toman en cuenta que la situación hoy es muy diferente a la de esas épocas.
Primero, olvidan que en el período del caucho, el guano y el salitre el crecimiento económico se quedó en unas cuantas familias. Así, la riqueza se concentró en algunos coroneles del caucho y en exportadores como Dreyfus y compañía, quedando el resto del país en la situación de pobreza anterior. En el crecimiento actual, las exportaciones de materias primas vinieron acompañadas por una disminución de la pobreza de 55% a 23% en poco más de diez años, y de un gran crecimiento de las clases medias.
Más aun, ese desarrollo no se debió únicamente a las exportaciones. Sucede más bien que estas ayudaron a acelerar el crecimiento social que se dio en las periferias de las ciudades, cuando los millones de migrantes del campo aprovecharon de las ventajas de la infraestructura y del mercado de la ciudad para hacer crecer sus pequeñas empresas y negocios. Ese cambio social haría hoy mucho más difícil un retroceso a la situación anterior si desaparecieran los estímulos externos. Como lo dijo Alfredo Bullard en su columna de este Diario hace dos días, por naturaleza las familias se esforzarían para no perder el bienestar adquirido y no cambiar su plan de un mejor futuro para sus hijos.
Paralelamente, el análisis de que las materias primas no son suficientes para desarrollarse pareciera tener consigo lo que llamaríamos el síndrome de la extranjerización o alienación, que viene de creer que siempre debemos seguir el camino de los países ya desarrollados. Si a ellos les fue bien con el desarrollo tecnológico y el valor agregado de sus productos, se piensa que nosotros debiéramos hacer igual.
Olvidan que la mejor estrategia de desarrollo se basa en la diferenciación y el aprovechamiento de las ventajas comparativas, y no en la copia de otros. Así, por ejemplo, durante decenios los teóricos del desarrollo nos dijeron que la mano de obra barata era una desventaja para el crecimiento, pero fueron desmentidos, de una manera colosal, con el desarrollo de China. En efecto, utilizando a sus millones de trabajadores de bajo costo, China generó su paradigma de desarrollo propio. Si hubiera esperado primero a tecnificarse, como lo decía la teoría imperante, no hubieran llegado a ser, en poquísimos años, la economía más grande del mundo.
¿No será nuestra gran cantidad de materias primas el equivalente a la gran población que desarrolló China? ¿No serán los productos naturales, cada vez más escasos en el mundo, nuestra ventaja estratégica diferencial? No es que pensemos que sea inadecuado agregar valor o transformar nuestros productos, pues eso ayudará a crecer más. Pero sí creemos que atreverse a hablar, como algunos, de “la maldición de los recursos naturales”, no es solamente muestra de miopía en el análisis, sino sobre todo de desagradecimiento a la inmensa suerte que tenemos al disponer de mucha naturaleza virgen, madera, minerales y peces para nuestro desarrollo. No son materias primas, son materias hermanas.