Ahora que Estados Unidos arde no solo por la fiebre, sino también por las manifestaciones contra el racismo, mi amigo R ha publicado: ¡¿Cómo se va a protestar contra la violencia usando la violencia?!
Cuando a mi amigo y a mí nos dejaban acudir en mancha a los cines de Trujillo, vimos decenas de películas para adolescentes. De todas he retenido la neblina de unas cuantas escenas, pero hoy, tras leer a R, recordé la de un chico que era hostigado continuamente por un matoncito, hasta que un día la víctima, harta y armada con un palo, le aplicó una tunda. No recuerdo el nombre de la película, pero sí el desahogo en la sala y a R reaccionando a mi lado con algo parecido a “¡toma, mierda!”.
¿Por qué R se solidarizó con la respuesta violenta del chico en la película y no ahora con la respuesta violenta en las protestas? Quizá sea porque R es ya un señor que ha aprendido que la violencia no es el camino más directo para alcanzar la paz. Recordemos que nuestro país pagó con excesivo dolor la estrategia militar de responder al terrorismo arrasando poblaciones. Pero, tal vez, el verdadero motivo tras su publicación es que, para los estándares peruanos, mi amigo es blanco. Hace más de 30 años, R se solidarizó en aquel cine con el acosado porque los espectadores compartíamos la edad del personaje, la misma violencia en nuestro colegio y la búsqueda de una identidad. Pero, a diferencia de un negro promedio en Estados Unidos, R nunca fue violentado por la policía cuando se robaba el auto de su papá y la gente jamás se cambió de vereda cuando lo veía en la calle. A sus padres y abuelos nunca los segregaron: no les prohibieron sentarse en restaurantes por su color de piel, ni fueron ajusticiados por tipos cubiertos de sábanas blancas. Sus ancestros no fueron arrancados de sus pueblos para ser vejados del otro lado del mar, ni sus descendientes cargaron con el atraso consecuente. De hecho, los ancestros de R llegaron a este continente a esclavizar, no a ser esclavos.
Es fácil ver una imagen y pontificar contra la madera cuando tu espalda nunca ha recibido un palazo. Es fácil olvidar que muchos derechos actuales no se ganaron con frases de cortesía: la jornada de ocho horas que tú, R, reivindicas cada semana en tu oficina, no se ganó con diplomacia, y el hecho de que tu esposa tenga el mismo derecho a votar que tú le costó en su momento la vida a las primeras sufragistas. Cuando una cúpula detenta decisiones que le son convenientes en un sistema que la perpetúa en la cúspide, jamás abdica de ese poder por iniciativa propia. Nunca. Ya lo ves: ya van 300 años en los que la protesta pacífica no les va resultando a los afroamericanos.
Es terrible y nadie lo quiere así, pero las grandes conquistas sociales no pueden dejar de manifestar la rabia acumulada por siglos de injusticia.
Por eso, querido R: si nunca has sido discriminado en tu tierra por motivo alguno, mejor resérvate un elegante silencio.