Enrique Planas

Haciendo comparaciones, no me cuesta admitir la corrección del estilo con que escribe el . Aunque muchas veces abunda en obviedades y sus opiniones resultan tímidas y previsibles, este sistema de chat basado en el modelo de lenguaje por inteligencia artificial () puntúa bien, organiza con orden lógico sus planteamientos y resuelve frases con tino. Prefiero la retórica de las máquinas a la de gente que no solo abusa de los lugares comunes, sino que los desprestigia al citarlos: aquel congresista que anuncia que su partido resurgirá “como el Gato Félix” o el periodista televisivo que postula que es necesario “ver para creer como Santo Tomás de Aquino” confundiendo al presbítero italiano con el apóstol Tomás, nacido 1.200 años antes.

Cuando me levanto pesimista, advierto mi mayor dificultad para advertir tendencias. Y, con una patética nostalgia, recuerdo aquella élite informada, cuyo poder se sustentaba en el medio donde trabajaba, y que consumía antes que nadie las novedades y adelantos de la industria .

Los tiempos ya no son aquellos y he aprendido a aceptarlo. La llegada de las nuevas tecnologías consiguió hace años que los lectores busquen y participen, reciban y aporten. Un periodista cultural ya no tiene el poder de antaño para imponer criterios. Por el contrario, el modelo digital es horizontal: somos uno más de una red que nos iguala en condiciones en una conversación sin imposiciones.

Sin embargo, en ese contexto de transformación acelerada, aparecen con insistencia, revistan –o no– tonos apocalípticos, imágenes de lo viejo y lo nuevo, de las dificultades de adaptación, del peso de la herencia y de los rigores de la tradición. Y el debate alrededor del ChatGPT es una muestra de ello. Debo confesar que mi primera reacción al saber del invento fue alarmarme. Pero en la sobremesa escucho a mis hijos haciéndole preguntas a la aplicación descargada, riéndose al reconocer, con adolescente lucidez, las posibilidades y los límites de la nueva tecnología. En su actitud, los veo tan acostumbrados a los cambios, tan libres de las inercias culturales que definen a los mayores, ajenos a una información plana y prescriptiva. Nadie está protegido ante la avalancha de contenidos en el futuro, pero es obvio que están más preparados que nosotros.

Puede que en un futuro cercano el mediocre lenguaje de la IA termine imponiéndose sobre aquellos humanos que no tengamos nada que decir. Felizmente, contamos con el respaldo de los otros, los más jóvenes, que nos permite temer menos a los cambios, a ese naufragio que los de mi generación creemos inminente. Son los que en la sobremesa me advierten sobre lo equivocado que estoy: que es la involución de nuestra inteligencia, nuestra capacidad para repetir prejuicios y nuestro regusto por citar (mal) lugares comunes, lo que debería preocuparnos.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Enrique Planas es periodista y escritor